La tribuna

Trenes rigurosamente descuidados

Antonio Rivero Taravillo - Escritor

Hemos conocido trenes peores, pero fue en el siglo pasado. A finales de esa centuria se verificó una revolución en el sistema ferroviario español gracias a la alta velocidad. El AVE comenzó a comunicar Sevilla y Córdoba con Madrid. Luego se unió Málaga y, posteriormente, Granada. Todo eran albricias: trenes rápidos, puntuales, cómodos, hasta con departamentos de lujo como los de la categoría Club.

Pero también hemos conocido, estamos conociendo trenes peores hoy, con un deterioro que se nota a pasos agigantados y que no son solo responsabilidad del operador Renfe, sino también de la empresa de infraestructuras que la sirve, Adif. Se ha producido una suerte de saturación de las vías por la concurrencia de otras compañías, las llamadas de bajo coste. Entre todos la mataron y ella sola se murió: la conexión por tren con Andalucía es cada día más insufrible, sin llegar a la de nuestros vecinos extremeños. Enumerar sus fallas es dar la vuelta al título del escritor checo Bolumil Hrabal y hablar de Trenes rigurosamente descuidados, donde él escribió “vigilados”. Los robos de cobre hacen pensar en el Salvaje Oeste. Va haciendo falta el Séptimo de Caballería, dado que a la Guardia Civil no se la dota de medios suficientes y, peor aún, la legislación es blanda con quienes deberían ser juzgados no solo por robo sino también por sabotaje. Urge mandarles la factura de tantos estropicios sufridos por las infraestructuras y las personas.

Veamos algunas cuestiones no menores para desembocar luego en las mollares, casi un certificado de defunción del sistema ferroviario español y, por lo que nos toca de cerca, andaluz. Por ejemplo, el llamado vagón silencio (en principio un logro como reserva cartujana contra la galopante mala educación). La última vez que saqué billete de esta categoría me encerraron en un cuchitril en un extremo del vagón en el que no había bandeja superior para el equipaje, así fuera este un fino cartapacio; lógicamente, el lugar dispuesto para las maletas, fuera del compartimento, era insuficiente. Por otro lado, hay asientos nostálgicos del Muro de Berlín, porque ni ventanilla tienen. Si se le dice al pasajero que atraviesa olivares, será artículo de fe, porque no podrá ver esos árboles tan nuestros. Joaquín Sabina cantaba de aquellos trenes sucios que iban hacia el Norte. Quizá los actuales sean más limpios, pero tampoco lucen como los chorros del oro, lo mismo que los aseos en las estaciones.

Por otra parte, rendido el viaje, hace ya bastantes años que el pasajero no llega a Madrid Atocha propiamente dicha, sino que se queda en una vía remota que debe de quedar aún por La Mancha, (quizás la Ínsula de Barataria) y aún debe recorrer a pie un par de kilómetros hasta la estación propiamente dicha y la salida. Menos mal que hay cintas transportadoras como en los aeropuertos (que Don Quijote vería como alfombras voladoras).

Pero este empeoramiento no solo afecta a Madrid. Recientemente la estación de Santa Justa de Sevilla ha sufrido el desaguisado de que el control de equipajes se realiza en el propio vestíbulo, notablemente menguado y mucho más incómodo. Cuando se producen retrasos e incidencias, se convierte en una zona hacinada y caótica. La cosa no mejora con las llegadas, pues quienes arriban salen a ese mismo vestíbulo congestionado.

Aunque hay viajeros que toman el tren para conectar en Madrid con el aeropuerto de Barajas y la misma Iberia ofrece billetes combinados para sus vuelos internacionales, los tiempos calculados suelen ser insuficientes, dada la creciente inseguridad, y puede uno quedarse varado en tierra, con una bonita tarjeta de embarque ya inútil para Buenos Aires o Lima.

Antes, la fiabilidad del AVE hacía que hubiera un compromiso de puntualidad y que se abonaran los retrasos. Hoy, si te quedas tirado en mitad de trayecto, en condiciones a veces inhumanas, que te zurzan. Se explican muchos de estos entuertos si miramos quién ha sido ministro de Transportes, y quién lo ha sido de ADIF. Para llorar.

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