La tribuna

Srebrenica, año treinta

Srebrenica, año treinta

Periodista Y Escritor

Cuando la liturgia funeral se apaga entre miles de estelas blancas. Cuando la oración de los imanes enmudece por los altavoces. Cuando han sido inhumados los huesos de los cadáveres identificados en el último año por el entorno del río Drina. Cuando ha discurrido ya el regreso a sus localidades de origen de miles de visitantes y deudos. Cuando se apaga el ulular de patrulleros y motoristas de las distintas policías. Cuando se han ido los vehículos de las odiosas autoridades con sus coches de alta gama. Cuando se recogen las pantallas que han ofrecido los vacuos discursos de dirigentes mundiales sobre el genocidio de Srebrenica. Cuando se han marchado las camionetas que reparten bidones de agua y fruta al gentío. Cuando ya no se ven muchachos y muchachas con atuendo militar, boinas verdes y camisetas negras con lemas contra los acuerdos de Dayton (se impuso la etnocracia y un falso fin a la guerra). Cuando quedan atrás ciertas escenas indecorosas (puestos de helados, pedigüeños tocados con fez turco, selfies con sensuales posados junto a las tumbas). Cuando ya no se ven banderas de Bosnia-Herzegovina, ni de la Armija (el ejército bosniaco en la guerra), ni tampoco enseñas de la amiga y protectora Turquía. Cuando, al fin, regresa el natural silencio sobre la tétrica fábrica de baterías de Potocari, situada frente al gran memorial, entonces todo retoma de nuevo, por paradójico que resulte, el respeto debido a los 8.372 bosniacos musulmanes que yacen en este lugar asociado ya para siempre a la barbarie.

Esto es Srebrenica-Potocari. Y esto es a trazo grueso lo que uno evoca tras haber acudido en estos años a la ceremonia por el genocidio ocurrido aquí a partir del 11 de julio de 1995. Srebrenica queda unos pocos kilómetros más adelante. Hacia Bratunac, el Drina traza su gran cauce fronterizo con Serbia entre bosques, cañones rocosos y floresta agreste. Junto a la carreteruela entre Bratunac y Srebrenica pueden verse casas remozadas o a medio reconstruir. Muchas aún muestran impactos de metralla treinta años después de la guerra (la ropa se orea en casas sin enlucir). Da pudor, no obstante, describir lo dado con cierto vuelo literario o siquiera descriptivo.

La ficha estricta de lo ocurrido en este lugar de Bosnia es la que sigue. El 11 de julio de 1995, tras la caída de Srebrenica por las tropas serbobosnias del general Ratko Mladic (hoy por hoy condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad), entre 30.000 y 40.000 bosnios musulmanes huyeron hacia el entorno fabril de Potocari. El contingente neerlandés de la ONU (el triste y célebre Dutchbat) tenía aquí su cuartel general. Menos de diez mil personas pudieron acceder al recinto. La inmensa mayoría de refugiados quedó fuera, bajo el calor atroz del verano y al arbitrio de los soldados serbobosnios. Mujeres y niños, dispuestos en autobuses, fueron separados de los hombres. Todos los varones (viejos, jóvenes y adolescentes) fueron ejecutados (antes, muchos otros habían emprendido una funesta huida por los bosques junto al Drina).

A miles fueron asesinados en espacios ya dispuestos como mataderos. Fue extraordinaria la rapidez maquinal con la que se ejecutó la matanza. Comenzó el 11 de julio, pero se prolongó al menos hasta el día 16, más los días en los que aún se dio caza a los huidos por bosques y montañas. Los restos de los 8.372 asesinados (más los casi mil cuyos restos aún se hallan desaparecidos), fueron ocultados en cinco grandes fosas comunes por los alrededores. Después fueron removidas con excavadoras. Los restos mutilados se escondieron en distintos lugarejos siniestros, inconexos y distantes entre sí (muchos cuerpos vieron sus restos diseminados en distintas fosas).

Cada 11 de julio se inhuman en Potocari los restos precarios que durante el año han podido ser identificados. Hoy, treinta años después del horror, el negacionismo serbobosnio pervive en un país fallido. Asombra ver cómo supervivientes musulmanes han regresado a la mixta Srebrenica. Un último apunte fugaz: el alto alminar de una mezquita nueva se alza junto al motel y restaurante Alic.

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