Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo... Para ti y todo lo que en ti vive, yo estoy escribiendo”. Para todos escribe el poeta Vicente Aleixandre, “En un vasto dominio”, y modestamente tratamos de imitarle en eso de escribir para los hombres y mujeres lectores de periódicos de papel o digitales que todavía confían en el diario para estar informados de lo que acontece en la rúa, en los despachos de los golpistas, y en los de los constitucionalistas, en el Congreso, en la Judicatura, en la Universidad, en los institutos, y en las redes donde se siembra cizaña, odio, mentiras y racismo contra el otro, contra el diferente, contra el emigrante, al que los malvados acusan, mintiendo, de querernos quitar nuestro trabajo, nuestra casa, nuestro asiento en el bus o nuestro derecho a la asistencia en la Seguridad Social.
El verano es la estación de Don Quijote de la Mancha. Así comienza El verano de Cervantes, la novela de Antonio Muñoz Molina que será mi libro de cabecera en este tiempo de verano, de luz, de gozo y de lectura sosegada.
El verano es un tiempo ideal para leer, sin las obligaciones profesionales y familiares que nos ocupan a diario en el resto del año. En la introducción a los Ensayos de Michel de Montaigne (1533-1592), Gonzalo Torné señala: “Montaigne está lejos de la jocosa brutalidad de Cervantes y del espectáculo de la hostilidad humana que despliega Shakespeare. Es el más acogedor de estos tres escritores que entre 1580 y 1616, sentaron las bases del ensayo, la novela y el teatro modernos”. Recomiendo este verano leer a Montaigne, a esa hornada de sátrapas, dictadorzuelos y políticos que, ensoberbecidos y crecidos por el culto a su ego estrafalario, cometen disparates sin sentido, ni razón, cuando hablan en público (en privado el atrevimiento será aún mayor), pues deben pensar que su ignorancia y falta de educación, cultura, y sentido común es sabiduría. Montaigne enseña: “Entre otros males a que está sujeta la naturaleza humana, uno de ellos es la ceguera del alma, que obliga al hombre a errar y le hace todavía amar sus errores”.
Como el Quijote, millones de almas vivimos rodeados de libros. En mi caso, se apilan mis más de 3.500 libros en la Biblioteca, y se amontonan también, en silencio, en el escritorio junto al ordenador portátil que desplazó hace mucho tiempo a una Olivetti, aunque conservo una Triumph alemana que adquirí en los años ochenta del pasado siglo en la tienda de Carlos Schiffer en la Cuesta del Rosario, hoy dedicada a otros menesteres.
Abro el magnífico libro Una historia de la lectura de Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), escritor, editor, erudito: “Nuestro poder como lectores es universal y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan”. Jorge Luis Borges admiraba a Cervantes: “Cervantes y Alonso Quijano son amigos personales míos”. Borges recibió el Premio Cervantes en 1979. Muñoz Molina firme candidato al premio, escribe en El verano de Cervantes: “Palabras, lugares, objetos cotidianos para mí aparecían en El Quijote, y en ningún otro: el corral, el pozo, la pila, la jáquima, los bardales, los rebaños de cabras y ovejas, el polvo que levantaban en los caminos secos del verano. Sancho Panza podía ser alguien de mi familia”. Baltasar Gracián, nos enseña en El arte de la prudencia: “El trato amigable debe ser una escuela de erudición, y la conversación una enseñanza culta”. Y las vacaciones son propicias para reforzar la amistad y la conversación, además de cuidar de la familia, sentir el susurro del mar, o la queja del viento entre los pinos, escuchar al gorrión y a la chicharra, gozar del titilar de las estrellas en la noche. ¡Y gozar con nuestros amigos, los libros! ¡Feliz verano!