El nombre elegido por un Papa revela los objetivos de su pontificado. Juan Pablo I y Juan Pablo II proclamaron su fidelidad al Concilio y Francisco su opción por los pobres. León XIV, tras su elección, alabó a León XIII por afrontar la cuestión social en el contexto de la revolución industrial y señaló que la Iglesia debe ofrecer su doctrina social para responder a la nueva revolución tecnológica y al desarrollo de la Inteligencia Artificial que suponen graves desafíos en defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo.
Al instante, la izquierda invocó la Rerum novarum de León XIII, subtitulada Sobre la situación de los obreros, señalando coincidencias: sindicación, jornada, prevención de riesgos o rechazo a los excesos capitalistas. Pero olvidó su acerada crítica al socialismo al que acusa de empeorar la situación del obrero, ir contra la justicia natural y destruir la familia, tachando de fantasía la idea de acabar con la propiedad privada pues daña a quien dice socorrer y repugna a los derechos naturales del hombre. Es amplio el disenso. La derecha argumentó esa certísima defensa de la propiedad privada definida como la más conforme con la naturaleza humana y la pacífica convivencia. Pero ignoró su durísima censura al salario insuficiente, las jornadas extenuantes y la usura, abominando de que unos pocos opulentos impongan el yugo de la esclavitud a la muchedumbre de proletarios. No es nimia la divergencia.
Que capitalismo y socialismo coincidan parcialmente con la Iglesia es natural; beben de la tradición europea influida por el pensamiento cristiano en las relaciones socioeconómicas y en los vínculos entre individuo y estado. Pero la Iglesia defiende su propio camino y como afirma Pío XI en la Quadragesimo anno su preocupación por la cuestión social es antigua pues siempre ha sido beligerante en defensa de los desfavorecidos.
El impulso a la doctrina social vino del radical cambio socioeconómico fruto de la Revolución Industrial. La emigración hacia los centros fabriles provocó graves problemas sociales –trabajo insalubre con mínimo descanso y uso de mano de obra infantil– que el mercado fue incapaz de solventar, por lo que a principios del XIX surgen leyes protectoras en Inglaterra. En el ámbito católico, el Obispo de Maguncia, Wilhelm von Ketteler, a quien León XIII llamó mi gran precursor y el jesuita Luigi Taparelli, que acuñó la expresión “justicia social”, fueron claves en la formación de los postulados de la Doctrina Social, basada en Santo Tomás de Aquino, quien avanzó el concepto de uso social de la propiedad aseverando que “el rico, respecto de Dios, es depositario y no propietario de la riqueza”.
León XIII enfrentó en la Rerum novarum la realidad de su tiempo. Exige respeto a la dignidad humana; desecha el laissez faire y reconoce al Estado una función económica limitada pues no cree justo que absorba a individuo y familia; defiende el derecho de sindicación y aboga por adecuar el salario al valor del trabajo más que al juego de oferta y demanda. Le preocupa que la jornada laboral impida el descanso, exige la prohibición del trabajo infantil y el acceso a la educación. Los siguientes Papas y el Concilio profundizaron en la doctrina social y en 2004, a instancias de Juan Pablo II, se publicó su Compendio que expone de modo exhaustivo el magisterio de la Iglesia.
León XIV debe afrontar otra realidad e iluminar desde la fe sobre los nuevos desafíos nacidos del desarrollo tecnológico que como la Revolución Industrial aportará grandes beneficios pero puede provocar la explotación y manipulación del ser humano. La pobreza no se define sólo por la ausencia de recursos sino también por sufrir la ignorancia en un mundo soportado en la información. Por eso, el magisterio de la Iglesia debe alertar sobre el riesgo de actuar sin ética, buscando sólo el beneficio de unos pocos. La historia demuestra que es la ética en las decisiones lo que crea o soluciona los problemas sociales y León XIV es consciente de ello.