La nueva plaza
En su viaje a Atenas, según cuenta Lucas en Hechos de los Apóstoles, Pablo de Tarso encontró un ambiente de politeísmo desbordado, de fiestas desenfrenadas, vino a raudales e idolatrías. Lo interesante del Apóstol de las Gentes es que no huyó, sino que se adentró hasta el corazón del debate, o sea, hasta el Areópago. Dice el evangelista que discutía con filósofos y transeúntes, atenienses y forasteros que se reunían cada día para decir o escuchar las últimas novedades. Permanecía al margen de los escándalos, pero atento a las preocupaciones de la polis.
Hoy existe otra ágora que ya no se alza sobre colina alguna. Se encuentra en las redes sociales, donde se discuten ideas —a veces con palabras llenas de furia— y se negocian tendencias. En ese espacio digital se puede exhibir, vender, mentir o seducir. Algunos persuaden con argumentos sólidos y bien construidos; otros, en cambio, camuflan intereses o defienden lo indefendible dentro de la lucrativa industria política, mediante comentarios impostados. Reflejar la vertiente miserable de la experiencia parece seducir más que mostrar la belleza o el camino de la verdad. Los medios de comunicación convencionales y los partidos políticos se afanan por tomar distancia de las posiciones de sus competidores. Se trata de un espacio ágil, aunque proclive a la demagogia. Aquí el foro se ha reemplazado por el flujo, y la plaza por la pantalla. La palabra cobra más importancia que la frase, la imagen más que la palabra, y el vídeo más que ninguna de éstas. A esa plaza concurre gente de toda laya: los que sueltan proclamas panfletarias y quienes buscan honestamente la verdad. Abundan los estímulos audiovisuales que captan la atención general. Lo que se difunde posee una capacidad inmediata de recepción. Por no hablar del poder de aquello que despierta emociones, recurso siempre fácil para atrapar al seguidor.
En realidad, nadie conoce bien la profunda transformación que Internet está generando en la forma en que se crea y se difunde la información. Los algoritmos rigen el juego, sí, pero no siguen patrones fijos. Contra la doctrina mayoritaria de la teoría conspirativa, nadie los controla a voluntad. Son sistemas de autoaprendizaje que adaptan continuamente la oferta para satisfacer la demanda. El foro virtual exige habilidades nuevas para comunicarse con eficacia; entre otras, la rapidez para reconocer las tendencias de lo que se discute, las cuestiones abiertas o las opiniones predominantes en torno a determinados debates. Aquí, los anuncios unidireccionales tienen poco impacto. El receptor quiere interactuar y compartir con el emisor algo del control del mensaje. La comunicación fluye en múltiples direcciones. En su tiempo, Pablo lo entendió así: primero observaba para reconocer intereses, buscaba posibles afinidades y, más tarde, intervenía en las conversaciones, porque en ellas descubría asuntos que podía abordar y orientar.
El ágora digital pone de relieve aspectos mejorables de la vida comunitaria. Al lado de las dialécticas vinculadas al principio de realidad —que acaban por abrirse camino y mejorar la convivencia—, los sistemas ideológicos cerrados se vuelven grotescos en su afán por manipular la realidad. No obstante, se requiere una buena dosis de prudencia para participar en la batalla cultural sin erosionar el sentido de comunidad o convertir el espacio público en una batalla campal. En la plaza pública digital, los excesos ideológicos pueden sublimarse mediante argumentos bien construidos y expresados con suficiente elocuencia. Pablo era claro al enseñar y valiente al defender su doctrina, tanto ante los griegos como ante los piadosos judíos. No ofendía a sus oyentes al proclamar con audacia la resurrección, pero sabía que toda comunicación que no quiera perderse en la arbitrariedad debe asumir riesgos. El universo digital es un espejo que refleja las carencias mundanas, la cerrazón ideológica y pone a prueba la cordura y la ponderación. Se requiere también firmeza para intervenir sin caer en la gresca, ni obstinarse con soberbia en pretender llevar siempre la razón. Quienes se sienten llamados a la búsqueda de la verdad no pueden renunciar a esta plaza, aunque la soledad sea su patria y el silencio su oración.
Sertillanges escribe que “todas las grandes empresas han sido preparadas en el desierto”; de acuerdo, pero su destino está entre los hombres. Hay que acudir a este nuevo cruce de caminos sin escándalo ni arrogancia, con el mismo coraje que demostró el Apóstol, toda vez que por él transitan los demás hombres.
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