Manuel Bustos Rodríguez

Mirando a Roma con perspectiva

La tribuna

Mirando a Roma con perspectiva
Mirando a Roma con perspectiva

23 de mayo 2025 - 03:05

Ha pasado ya algún tiempo para tener una cierta perspectiva. ¡Se ha publicado tantísimo en las últimas semanas! Cuando el recién nombrado Papa se asomó por vez primera al balcón de la Basílica de San Pedro para saludar a la multitud congregada en la plaza a sus pies, no pude dejar de pensar sobre cómo se sentiría ante tantos miles de ojos concentrados en él. Y no digamos si aún añadimos los millones de personas que, a través de los medios, seguían ese momento histórico. No deja de ser paradójico que, en una sociedad tan secularizada y descristianizada como la nuestra, el nombramiento de un nuevo Papa suscite tanto interés. Desde los días del cónclave que le ha precedido, incluso antes, el seguimiento de los acontecimientos relacionados con la elección, ha sido masivo. Televisiones, prensa, redes y emisoras de radio se han volcado de hecho desde que el papa Francisco fue hospitalizado hasta el presente, ya con el nuevo pontífice elegido; más recientemente con los primeros pasos de su pontificado. Y la expectación continúa a día de hoy. ¿Qué es lo que ha sucedido?

Las razones son diferentes. Con independencia de los mil y un argumentos que podamos aducir, la Iglesia no deja indiferente a casi nadie. Se crea o no, católico o de otras religiones, se reconoce, abierta u ocultamente, el valor como guía moral de la institución a pesar de las caídas de sus miembros, su carácter universal y su relación con sus propias raíces. Obviamente, no todos esperan de la Iglesia lo mismo. Hay miradas, deseos y opiniones para todos los gustos. En cualquier caso estamos en un tiempo crucial, tanto por los profundos cambios en todos los órdenes que se suceden, aceleradamente como por el ignoto futuro que nos aguarda.

Resumiendo las posiciones a la vista: unos, de dentro y de fuera, desearían que la Iglesia se convirtiera a la ideología globalista dominante con sus puntos de vista sobre el hombre, el pasado histórico, la climatología o la política; otros, en cambio, esperamos una mayor fidelidad a la tradición milenaria de la Iglesia y a las propias enseñanzas que de ella dimanan. Con la reforzada elección de León XIV parece que los cardenales se han decidido por una línea integradora, aun cuando aún no podamos vislumbrar los resultados.

No pocas expectativas, con diferentes propósitos, se centran en los temas relacionados con la moral sexual, el papel de la mujer en la Iglesia o el matrimonio de los sacerdotes; es decir, los asuntos que parecen ser más mediáticos. El papa Francisco reabrió en su pontificado cuestiones que, al menos aparentemente, parecían ya cerradas, suscitando el debate, a la vez que no poca confusión. Hay gente más interesada en que las mujeres y los homosexuales puedan llegar algún día al papado, previo paso por el sacerdocio, o en la aceptación de los divorciados y vueltos a casar a la comunión plena con la Iglesia, que en los contenidos de la fe propiamente dichos y su propuesta universal que más debieran preocupar, al menos a los católicos, porque precisamente ahí está en juego el porvenir de muchos seres humanos. Su preservación íntegra pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia. Sin embargo, muy pocos parecen haber profundizado en la necesidad imperiosa del respeto a la unidad en torno a la fe apostólica y sus exigencias, no válidas solamente para ellos, sino para toda persona que desee participar en la salvación eterna que nos propone Cristo. Y es que la misericordia divina, tantas veces proclamada por Francisco, no anula la libertad humana, y tampoco puede ser ajena a la necesidad de la fe en Jesucristo, y a la conversión de la Humanidad y de cada uno de sus miembros a él y sus enseñanzas. Tal es el sentido, creo yo, de la verdadera misión.

No se trata, pues, de abrirse sin más a un mundo incierto, necesitado de renovación y de un cambio de rumbo, y a sus ideologías perecederas, sino de erigirse desde Jesucristo como alternativa de futuro (la sal, la levadura y la luz del Evangelio) ante lo que se nos viene encima, y no ser una mera comparsa de los criterios hoy dominantes. En el fondo se trata de una resistencia activa y combativa con las armas de la fe y el testimonio. De ahí la importancia, en este nuevo período que se abre, de mantener con valentía y actitud profética las verdades que la Iglesia ha proclamado desde siglos, sin caer en la tentación del acomodamiento o de dar por inexcusable lo que no lo es, distinguiendo, en definitiva, entre lo que es del mundo y lo que pertenece a Dios. Mientras tanto, muchas miradas seguirán convergiendo esperanzadoras hacia León XIV, con el deseo de muchos católicos de que no se convierta solo en un amortiguador de tensiones.

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