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Los maños pisando el vino

Los maños pisando el vino

Mucho se habla de la gastronomía de la Feria de Abril de Sevilla, pero de lo que se come en las casetas privadas del real. El jamón, la caña de lomo, las gambas, la tortilla de patatas, montaditos, guisos y un largo etcétera que en las mejores casetas a veces roza el nivel alto. Y los buñuelos para terminar o los chocolates con churros ya fuera de la Feria.

Pero hay otra gastronomía que podríamos denominar de la periferia del real, no fuera, sino en el mismo entorno que ya pisa albero. Todas esas cosas que se venden, para comer, en la calle del infierno. Especial recuerdo entrañable le tengo, entre el miedo infantil a esa especie de ninots mecánicos y la solidaridad regional española, a la caseta de los Vinos Añejos Alonso, ese vino aragonés dulzón que se vende en dos tamaños de vasitos y que se coloca habitualmente entre las casetas de tiro al blanco, la pesca de patitos amarillos y el de los gofres, otro clásico ya de la, digamos gastronomía, de la calle del infierno. Lo pone en su cartela: “Casa fundada en 1892”, ahí es nada, décadas con sus maños pisando uvas de feria en feria por toda España.

Cuando era pequeño me gustaba que mis padres me metieran en la Feria por esa acera llena de ambulantes repletos de juguetes, me gustaban sobre todo esas pistolas del Oeste con su placa de sheriff de un plateado brillante y su cartuchera marrón, también los coches, esos que les dabas con intensidad en el suelo a las ruedas traseras para que cogieran fuerza y salieran disparados al soltarlos. Junto a todos los juguetes, la mesa blanca con las tiras de coco regadas con chorritos de agua. Soy más de las tiras de coco que de los algodones y las manzanas caramelizadas, por gusto y por el exhibicionismo de esos gigantescos algodones rosados o las manzanas lacadas de rojo en un palo, no me van esos alardes por la calle. Junto a los cocos a veces también trozos de piñas cortados en triángulos ya con el fondo a todo volumen de “la mujer cordero” y “el perrito piloto”.

Coloridos y con un alarde expositivo muy llamativo esos bares portátiles, más o menos grandes, con gran terraza incluso, de la calle del infierno, siempre en uno de los rincones, al final, o al principio, según se mire, de la banda de las casas del terror y el tren de la bruja. Recuerdo en la Feria del Prado, creo que también en los primeros años de Los Remedios, la caseta bar que tenía La Esmeralda, probablemente el mariquita más famoso de Sevilla. Mariquitas que tenían todo el año venta abierta en San Jerónimo, con espectáculos de transformistas y travestis con Franco todavía en El Pardo, y que se trasladaban a la Feria en la semana de Abril. La Esmeralda, la Tornillo, la Petróleo…

En esas casetas abiertas de la calle del infierno reinan los pinchitos morunos, los serranitos, por supuesto, también la tortilla de patatas, los pimientos y los pollos fritos, entre otras cosas. Un trasunto de aquellos bares era el perdido puesto de las Sardinas Vivas (no pican, empican) de la calle Betis. Por cierto, la Velá de Santa Ana es una versión reducida de esa gastronomía feriante.

Allí no era todavía el rebujito, sino la botella o media de Tío Pepe, La Ina, Carta Blanca o Quinta y los botellines de Cruzcampo.

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