Desde primeras horas del viernes 21, otro día extraño en el que la vida no era la habitual, se habían formado largas colas ante el Palacio Real para ver el cuerpo de Franco expuesto en el salón de columnas, que fueron creciendo con mucha rapidez. Acudían quienes lamentaban su desaparición, los incondicionales que habían llenado la Plaza de Oriente hacía algo más de un mes, pero también curiosos y no pocos famosos que manifestaban muestras teatrales de pesar. Ahora, en el entorno del Palacio Real, en un ambiente de otoño velazqueño, con el paisaje del Guadarrama al fondo, se podían oír las salvas de ordenanza disparadas en la Cuesta de la Vega en honor de Franco. La mañana de noviembre era fría pero soleada, con una luz transparente que parecía poner el contrapunto de lo que había sucedido. No circulaban apenas coches y la gente hablaba en voz baja no se sabía si por respeto o temor, pero se podía decir que la vida era normal, incluso parecía existir un sentimiento de alivio, como de liberación tras la tensión acumulada a lo largo de muchas semanas, por no decir a lo largo ya de muchos meses, casi desde el atentado de diciembre de 1973.
El sábado 22 de noviembre, día de la proclamación del príncipe Juan Carlos como rey, en realidad parecía domingo. Un domingo más especial y más solitario que los habituales, pues Madrid, al contrario que en los días anteriores, amaneció desierto, como si estuviera al margen de lo que estaba ocurriendo. De nuevo había una luz otoñal y un cielo azul y claro, en el que las escasas nubes parecían un decorado para un rompimiento de gloria.
DE camino a las Cortes, en una calle Goya prácticamente vacía, vimos las aceras sembradas de panfletos que creíamos eran octavillas lanzadas por la Junta Democrática o la Plataforma de Convergencia Democrática. En realidad estaban firmadas por algunas de las asociaciones políticas acogidas al espíritu del 12 de febrero, es decir, a la Ley de Asociaciones promulgada por Arias Navarro el año anterior, que pretendía crear una democracia en la que las asociaciones, siempre dentro de los límites ideológicos del Movimiento, sustituyeran a los partidos. En esos panfletos, firmados por las asociaciones más liberales dentro del espíritu neofranquista –la UDPE, la UPE o Reforma Social Española– , se proclamaba la necesidad de paz y concordia entre los españoles, sin más. Fue una iniciativa, sin duda coordinada fuera de ámbitos gubernamentales que apenas trascendió, que se convirtió en una de las escasas manifestaciones públicas de actividad política de esos días.
En los alrededores de la Carrera de San Jerónimo apenas había nadie, al igual que en el Paseo del Prado, donde las aceras y la calzada estaban vacías. Cuando llegábamos a la Plaza de Neptuno vimos acercarse, lenta y silenciosamente, al inconfundible Rolls-Royce que usaba Franco, rodeado de su escolta. En este caso llevaba al que instantes después sería proclamado rey por los procuradores de las Cortes franquistas. Antes de llegar a Neptuno, la princesa Sofía, que no tardaría en convertirse en reina de España, sentada en la ventanilla trasera, miró y vio a las dos únicas personas que se encontraban en el Paseo del Prado, que no éramos otros que L* y yo. Un tanto sorprendida, sonrió y nos saludó agitando la mano, de manera que debimos ser de los últimos ciudadanos que la vieron como princesa.
Al contrario de lo sucedido durante el entierro de Carrero Blanco, en el sepelio de Franco el día 23, de noviembre la emoción y la expectación se impuso a la tensión y a la inquietud, por no decir miedo, que flotaba sobre el cortejo del almirante hacía casi dos años. Todo pasó como si fuera parte de un espectáculo esperado, que la televisión retransmitía para toda España, ya en color. Toda España participaba en esos días de idéntica ansiedad, de una misma expectación ante los cambios que se sabía iban a producirse a partir de ahora de manera inevitable. De momento, lo sucedido desde el mismo día de la muerte de Franco supuso un cambio en la esencia del régimen, el paso de una dictadura militar a una monarquía, aunque el marco político y jurídico, al igual que los dirigentes, siguieran siendo los mismos. Notas redactadas en enero de 1976.