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Cristianismo: un enfoque pragmático
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Cualquiera que siga las cuentas oficiales de Juan Lebrón en Twitter o Facebook, y son varios miles los que lo hacen, sabrá ya a estas alturas que el productor antequerano de Sevillanas, Semana Santa y Flamenco, trilogía esencial de nuestro cine de no-ficción, no pasa precisamente por sus mejores momentos. La puñetera salud y las deudas lo acosan y castigan por partida doble en su refugio roteño tras años de entrega y lucha personal por reivindicar el justiprecio, económico pero también emocional y patrimonial, de sus producciones hechas desde Andalucía pero siempre con vocación internacional, que han contado con los mejores profesionales y los recursos más avanzados de una industria que se ha quedado con sus ideas pero que tal vez no ha sabido reconocerle lo suficiente su carácter pionero y su insobornable apuesta por la calidad cuando la calidad aún significaba algo en este sector, mucho antes de los nuevos formatos estandarizados y los contenidos globales de plataforma destinados a conquistar 190 países a golpe de clic, como nos recordaba Nanni Moretti hace una semana en una escena de El sol del futuro.
Lebrón se lamenta y se cabrea desde su rincón, no disimula ya que algunas batallas están casi perdidas, pero insiste en su particular y sostenida guerra civil contra los compromisos incumplidos (esencialmente por Canal Sur y sus directivos) y el ninguneo o la falta de apoyo institucional, sabedor de que lo que tiene entre manos, lo ya hecho, entregado y reconocido pero también su impresionante archivo inédito a la espera de digitalización, no es sólo de vital importancia para saldar sus deudas financieras sino también para poder preservar en las mejores condiciones tecnológicas posibles una imagen audiovisual de Andalucía cada vez más encorsetada en el almíbar de la promoción turística o la postal tópica e intrascendente.
Porque, al margen de su carácter heterodoxo y su formato innovador, flexible y polivalente, cintas como Sevillanas, Flamenco o Andalucía es de cine, dirigidas por Carlos Saura y Manuel Gutiérrez Aragón y con profesionales de la talla de Vittorio Storaro, José Salcedo, José Luis Alcaine o José Manuel Caballero Bonald entre sus créditos, trascienden el ámbito de lo cinematográfico para erigirse, al margen de sus numerosos premios internacionales, el reconocimiento crítico o la siempre cálida y entusiasta acogida del público, tanto en sus ediciones comerciales como en sus reproducciones y visitas en internet, como auténticas piezas de museo, películas-patrimonio que atestiguan, con la presencia de algunas de las principales figuras del género, la mayoría de ellas ya desaparecidas, de Rocío Jurado a Lola Flores, de Pareja Obregón a Paco de Lucía, de Enrique Morente a José Mercé, de Manolo Sanlúcar a Camarón de la Isla, la Historia y el legado de manifestaciones esenciales de nuestra identidad cultural que se han dado a conocer, prestigiado y revalorizado internacionalmente sobre todo gracias a estos títulos.
Tozudo e incansable, valiente y peleón, herido pero nunca derrotado, Lebrón no se ha contentado nunca con las migajas, no ha rebajado ni un ápice sus estándares de calidad ni se ha dormido en los laureles. Hablar con él por teléfono es constatar que sigue soñando a lo grande con proyectos siempre atractivos, permanentemente al tanto y en contacto con la nueva realidad tecnológica y estética del medio en el que fue pionero en nuestro país desde los días de El hombre y la Tierra o Verano Azul, una realidad que él mismo forjó con sus formatos hace más de treinta años y en los que sigue confiando a pesar de las circunstancias y las limitaciones.
Desde aquí no podemos sino sumarnos a sus justas y descarnadas reivindicaciones que son algo más que un mero SOS de rescate personal para quien un día imaginó cuando nadie lo hacía unas ambiciosas producciones que han forjado esa imagen de Andalucía que hoy venden los políticos de turno y se apropian los mercachifles y gestores del audiovisual. Las compartimos y nos sumamos a su grito de auxilio para que su catálogo y su archivo no acaben en los mercados y subastas de saldo y sean justamente valorados e incorporados a nuestro patrimonio cultural y educativo como se hace con un Velázquez, un Picasso, un Falla o el propio arte Flamenco al que tanto ha contribuido a dignificar, engrandecer y difundir por todo el mundo. Es de justicia.
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