Tribuna

María Dolores Lazo López

Académica de Número de la Academia Iberoamericana de La Rábida. Archivera Municipal de Huelva.

Amar el español

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Amar el español

Con el trajín de los últimos días, retomo un tema que me hace reflexionar, y al que vuelvo de tiempo en tiempo. ¿Es necesaria una defensa o protección para la Lengua Española?

La buena literatura ha estado y estará siempre su favor, claro. Leer a Vargas Llosa, a Javier Cercas, a Ana María Matute y tantos otros es siempre alimento para el alma. Pero el día es largo, y no siempre se tiene a un premio Nobel a mano, y los oídos, y los ojos, oyen y leen… ay, ay, ayyyy.

Amo la lengua y amo las lenguas. En la mía me defiendo. Otras dos, medio las entiendo. Del resto no tengo ni idea y probablemente no la tenga nunca. Y sin embargo, doy un ojo por disfrutar de una buena película en versión original en cualquiera de ellas porque entiendo que cada idioma tiene un ritmo propio, un sonido, una música, y que cada uno de ellos encierra además de palabras, un pensamiento, una forma de entender la vida.

Y me ha sucedido que en esas dos lenguas que chapurreo, he comprobado traducciones o subtítulos de películas completamente erróneos cuando no intencionados en el sentido de un acercamiento al lenguaje "políticamente correcto", en un dirigismo imperceptible y sutil, a mi juicio inaceptable.

Por otra parte, es habitual que en las distintas administraciones circulen instrucciones, instando efusivamente a los funcionarios a expresarse en sus escritos oficiales no con corrección según las normas gramaticales, que buena falta haría según qué caso, sino que lo hagan utilizando el lenguaje inclusivo que la administración de turno cree oportuno. Los medios de comunicación, con tanta responsabilidad en la transmisión de las ideas y en su forma de expresarlas, me dejan boquiabierta a diario. El mejor comunicador que a día de hoy tiene la radio, según mi leal saber y entender, me sorprende cotidianamente cuando habla de "Uaterlú" pronunciándola en un pretendido inglés, en lugar de "Baterló", forma recomendada por la RAE de pronunciar la ciudad belga Waterloo, topónimo de origen neerlandés.

Otros casos que me llaman la atención, cuando doctas personas hablan de Guillermo "Sanjeim", obviando que dicho apellido, Sundheim, es alemán y no inglés. O aquella profesora de literatura un poquillo "repeída" (esta es una licencia, no lo busquen en el DRAE) cuando hablaba de la obra de Stefan "Suai", sin caer en que Zweig era autríaco. ¡Conocer otros idiomas no es presumir de nivel de inglés, amigos!

Y qué decir de esos locutores cuando se refieren a nombres, propios o comunes, de otras lenguas del territorio español. Del proceso separatista catalán tenemos versiones: "prusé", "prosés", "procés". Y de los "Mozos de Escuadra" para qué hablar, ¡con el precioso nombre que tiene esa policía autónoma en su versión española! Pues no, hay que decir "musus", "mossus,"mosos"… qué lío.

Don Benito Pérez Galdós publicó en 1874 "Gerona", regalándonos uno de los Episodios Nacionales más bellos de la serie. Don Pío Baroja, que nos ha dejado los más relevantes y profundos estudios de cultura y etnología vasca, no necesitó retorcer el lenguaje para hacerlo.

Por eso, mi propuesta en este sentido, es seguir las recomendaciones de la RAE, que intentemos hablar en español cuando lo hagamos en esa lengua, dejando topónimos y nombres comunes del léxico de otras lenguas para cuando hablemos en ellas. A cada uno lo suyo. La Lengua Española es rica, antigua, viajera y culta. Es por eso que dispone de un largo repertorio de nombres propios para ciudades y personas, hasta en las antípodas. Es nuestro derecho y nuestro deber usarlos. Burdeos, en español, Bordeaux en francés. Malvinas en español, Falkland en inglés. Lérida (sonoro y bello topónimo, tan próximo al latín, Ilerda, del que procede) en español, Lleida en catalán. Y si A Coruña u O Grove en lengua gallega suenan a música celestial, metido a contrapelo en una frase en español resulta un auténtico puntapié en el estómago. Una persona que quiero me dijo, respecto de alguien al que quiero más: llámalo en español; es preferible su nombre bien dicho en otra lengua que mal dicho en la propia. A eso se llama sentido común, porque el nombre de mi nieto francés se pronuncia, más o menos, Agggtxur; en mi idioma esa pronunciación es tan forzada que seguro que él prefiere que yo lo llame Arturo.

Y si bien nunca es más bella una lengua que cuando trisca libre, suelta y a su aire, no es menos cierto que como norma que es, debe estar sujeta a unas reglas, determinadas por quienes saben del tema. En Francia, los dictámenes de su Academia de la Lengua, "van a misa". En España, La Real Academia de la Lengua se desgañita en sus recomendaciones, haciendo de ellas políticos, medios de comunicación y enteradillos varios, oídos sordos.

Entonces, y por terminar, a lo mejor es cierto que el español no necesita defensa, lo defienden a diario los más 570 millones de hispanoparlantes (y creciendo) con el sencillo acto de practicarlo. Pero entiendo que hay una evidente presión por parte de ciertas ideologías, del rodillo del inglés, del comecome de otras lenguas españolas. Y considero por lo tanto que sí necesita de la atención y los cuidados de todos los que lo hablamos, y particularmente de esos hombres y mujeres sabios y escogidos que desde mediados del siglo XVIII estudian con mimo las mejores medidas para su vitalidad, su competencia, su disfrute. ¡Hagámosles caso de una vez, hombre!

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