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Desde que llegó a la Casa Blanca en enero de este año, Donald Trump se ha caracterizado por mantener una actuación errática y plagada de bandazos, tanto en lo referido a sus relaciones con otras potencias como en la política interior. Sin embargo, ha mantenido constante su actitud de rechazo a Europa y a todo lo que representa. La decisión de imponer unos aranceles del 30% a todos los productos importados por Estados Unidos desde la Unión Europea es por ahora el último episodio que corrobora el desprecio de Trump por todo lo que tenga que ver con el continente, su economía o su seguridad. Fruto de esa política antieuropea del mandatario norteamericano ha sido el cierre del paraguas defensivo con el que Washington blindaba a sus aliados y el consiguiente incremento en gasto militar que han tenido que acometer los países de la UE. Con la imposición de elevados aranceles se penaliza uno de los principales mercados de los países europeos, lo que tiene una afectación significativa en el conjunto de España y en Andalucía, en especial en lo que se refiere a la industria agroalimentaria. Europa se va a tener que acostumbrar a vivir considerando a los Estados Unidos más como un rival que como su principal aliado. Las consecuencias de todo orden ya se dejan sentir. El Marco Financiero que ha presentado Bruselas para los próximos años prioriza el gasto en defensa y reduce las partidas que han constituido la base estratégica de la UE, como la agricultura y la cohesión territorial. Europa no puede permitir que la nueva situación geoestratégica y la presencia de un presidente con una personalidad tan desquiciada como Donald Trump la conviertan en un actor secundario en un momento en el que se define el futuro del planeta para las próximas décadas.
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