Se atribuye a Esquilo la célebre frase que explica que "la verdad es la primera víctima de una guerra". Hace casi 2.500 años, el dramaturgo griego, combatiente frente a los persas en Maratón, Salamina y, quizás, Platea, buen conocedor del sufrimiento humano, sabía perfectamente que no había pérdida mayor que la vida de los caídos, pero utilizó su aforismo para reflejar toda la confusión, el desconocimiento y el uso partidista e interesado que comportan los conflictos. Algo parecido trató también de contar Tolstoi en su magistral Guerra y Paz y, más recientemente, Lemaitre con Au revoir là-haut.

Mientras suceden, las guerras solo nos dejan ver algunas certezas incuestionables: en primer plano, su capacidad de destruir y de provocar dolor; en segundo, su trastienda de interés, negocio, equilibrio infame y geopolítica. Por malo que nos parezca lo que ahora nos cuentan de la guerra de Ucrania, espérense a ver cuando termine y realmente sepamos lo que ha pasado. La verdad es amordazada en las guerras, pero espera paciente a que los historiadores la saquen de su silencio. Solo es cuestión de tiempo y de que no se quemen los documentos.

Por mucho que osados periodistas se esfuercen por dejarnos la crónica más fiel de lo que ocurre, las guerras son espacios difusos, oscuros y complejos donde el caos y la ocultación escamotean la realidad y ni siquiera sus protagonistas tienen una noción exacta y precisa de lo que está ocurriendo a su alrededor. Lo cierto es que solo podemos conocer una pequeña parte de su realidad cuando terminan, cuando las tropas abandonan el escenario, cuando se cuentan los cadáveres y los desaparecidos, cuando se evalúan los daños y las personas supervivientes relatan su experiencia y, sobre todo, cuando los historiadores recuperan los datos y las vivencias para componer un puzle medianamente inteligible.

Siempre ha sido así y resulta incomprensible que tanta y tan alta tecnología no haya cambiado las cosas. La mentira lo sobrevuela todo y se corre el riesgo de equivocar las responsabilidades. El bando perdedor tiene que esforzarse por negar sus derrotas a fin de mantener alta la moral de la tropa y la población civil; el bando ganador ensalzará la valentía y resistencia de los suyos y humillará por su cobardía al contrario. Ambos bandos desplegarán un argumentario propio sobre la nobleza de su causa y negarán sus propios crímenes y errores. En ocasiones, ninguno de los dos sabrá si está ganando o perdiendo, salvo que ganar o perder se cifre claramente en el número de muertos, prisioneros o plazas ganadas. Tan importante será la guerra de los fusiles y los carros de combate como la de los despachos, en la que señores encorbatados, situados a miles de kilómetros de distancia de los misiles, decidirán lo que conviene o no hacer, aquello con lo que se pueda o no mercadear.

Lo sabemos bien los españoles: guerra y verdad compaginan poco y, para unirlas, se necesita tiempo. Investigación histórica, mucha educación y tiempo.

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