Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Tirando del hilo
Caminaba en la encrucijada de un atípico verano cuando una niña me sacó de mi ensimismamiento con sus alaridos. -¡Yo quiero viajar, mamá, quiero viajar como siempre! -Repetía incansable. Esa eternidad escondía una tierna inconsciencia que su madre apaciguó con cariño y dosis de realidad. Le explicó que este verano sería diferente ya que las prioridades han cambiado. Continuó diciéndole que dejarían atrás ciertos hábitos para inventar otros, que no faltarían los juegos ni los baños, aunque extremarían las precauciones. -Entonces, ¿sólo cuidando de ti podrás cuidar de los demás? -Inquirió comprometida la pequeña.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se embarcó en viajes que hicieron olvidar los desastres. El turismo cogió carrerilla en una primeriza sociedad del bienestar en la que, una vez superados los azotes de un tiempo de aprietos, el deseo por la evasión y la huida hacia remansos de paz construyeron una sociedad que empezaba a revivir esa calma prometida después de la tempestad, una serendipia revolucionaria.
Sumidos en una crisis crucial, urge una sociedad consciente de que sus movimientos afectan al conjunto como si de una partida de ajedrez se tratara. Porque somos incansables redes que tejen anales y forman una trama de continentes que respiran por simbiosis, en la que nadie puede llegar a ser isla solitaria e ingobernable. Nace el reto de no despedazarnos, porque dentro de este conflicto cada uno entiende el riesgo a su manera aun siendo irrefutable. Hay familias sumidas en la inapetencia que sacrifican días de descanso para reducir riesgos, frente a otros, usualmente jóvenes y con creencia inmortal, que no dejan pasar la oportunidad de un selfie alrededor del gentío. No dejemos de lado el civismo, la solidaridad y la comprensión. Debemos extremar el respeto y la coherencia para construir una narrativa común que nos lleve hacia la confianza y el cuidado.
Proust decía que el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos. Quizás debamos reinventar nuestros días de descanso, cambiar la mirada y viajar por carreteras sinuosas que nos guíen hacia nuestros anhelos. Atravesamos un periodo del que hablaremos años, sin embargo, cuando todo esto termine, será triste decirle a nuestras generaciones futuras que no nos comprometimos a sacrificarnos, que no logramos vencer al egoísmo. Hagamos que los libros narren nuestro cuidado como la mejor moraleja, frente a una historia atestada de hechos atroces, donde quien vencía era quien pisoteaba. No nos aferremos en volver a lo de antes, porque lo de antes ya no existe.
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