Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
Es una necesidad primordial, impresa en nuestro ADN desde que venimos al mundo. Algunos afirman con rotundidad que es la clave de nuestra supervivencia, lejos de los mitos cazadores y depredadores. Pertenecer a una tribu es una de esas aspiraciones inconscientes que sienten hasta los más solitarios entre los solitarios. Todos anhelamos tener una tribu y, si no la tenemos, la inventamos.
Estábamos tomando una cerveza y una buena amiga contaba que se había buscado una tribu de mamás. Mamás como ella, primerizas, con bebés en la primera infancia, que por circunstancias dispares se veían desconectadas de sus amigos, fuera porque no tenían hijos o porque los tenían mucho más mayores. Ellas, rozando los cuarenta años, tenían a sus primeros hijos y sentían que necesitaban cerca a gente que estuviera pasando por lo mismo y pudiera entender y empatizar con la nueva realidad a la que se enfrentaban. Internet hizo su magia gracias a un foro, y ahora quedan casi todas las semanas mientras sus hijos juegan y ellas comparten sus vivencias, miedos, esperanzas y frustraciones.
Me gustó la palabra que eligió para contárnoslo, tribu, por todo lo que engloba: unidad, hermandad, colaboración, cooperación, apoyo. Protección. Me gustó también que no se limitara a lamentarse por estar lejos de su familia sino que buscara, creara una nueva tribu. Proactividad, un talento que está muy de moda y que ella encarna como nadie.
Es bonito también porque los miembros de una tribu se reconocen entre sí. Yo pertenezco a su tribu de la tele, de aquella tele y de aquella pandemia. Círculos distintos que conviven y se retroalimentan, y se nutren, y se comunican, y se engrandecen, y que redefinen de alguna forma eso tan complejo que es la amistad adulta. Nadie te advierte cuando eres niño de lo difícil que va a ser mantener a los amigos treinta años después, pero es lógico, porque las tribus se multiplican, se distancian, convergen y se diluyen a medida que crecen y cambian las distintas facetas de tu personalidad, y cada vez es más difícil encajarlas todas en días que se empecinan en tener solo veinticuatro horas.
A veces pasan meses, muchos, sin hablar con un miembro de tu tribu. De aquella tribu, no de la otra. Quizás sería más correcto decir “de una de tus tribus”. Pasan meses y puede parecer que la relación se enfría, pero nada se despierta con un abrazo y el saludo secreto. Los miembros de una buena tribu nunca olvidan que lo fueron.
También te puede interesar
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Pablo y Pedro
Desde la Ría
José María Segovia
La inglesita andaluza
Caleidoscopio
Vicente Quiroga
Gozos navideños