La segunda muerte de Graham Greene

05 de septiembre 2025 - 03:08

Hay líneas rojas en el periodismo que no se deberían traspasar. Por ejemplo, no se puede titular Muere Graham Green si el finado no es el autor de libros como El americano tranquilo, Nuestro hombre en la Habana o El tercer hombre. Por eso, al leer el otro día la prensa me quedé pasmado como el Felipe IV de Torrente Ballester. ¿Cómo que ha muerto Graham Greene? ¿No lo había hecho ya? Pero no, no se refería al escritor, ese católico izquierdista, dipsómano y atormentado capaz de alumbrar con la punta de su cigarrillo algunos de los recovecos más oscuros del alma humana. El que ahora había muerto era un homónimo actor canadiense, conocido por casi todos porque había hecho de indio bueno en la película Bailando con Lobos. Kicking Bird –así se llamaba en la filme– era una versión más del buen salvaje roussoniano, un indígena caballeroso y ecologista, con toques patriarcales pero cada vez más concienciado con la liberación femenina en la tribu de la que era jefe, una edénica comunidad acosada por unos indios muy feos y malvados de estética punk y, por supuesto, por el Gobierno de los Estados Unidos.

EL Graham Greene fetén, el novelista, había muerto en 1991, un año después del estreno de Bailando con Lobos, cuando yo era aún un estudiante universitario y la Expo una promesa a punto de cumplirse. En cualquier caso, no me apeo de la idea de que hemos asistido a la segunda muerte de Graham Greene, ateniéndonos al principio marxista de que todo se repite en la historia, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa.

La película Bailando con Lobos era, como dicen los duros, “un pastel”. También un ejemplo de que el indigenismo y las corrientes descolonizadoras ya estaban haciendo mella en el cine mainstream y palomitero norteamericano en la tempranísima fecha de 1990, lo que nos da una idea de que, desde hacía ya mucho tiempo, Europa era una colonia menor de EEUU a la que llegaban sus ideas y movimientos con muchos años de retraso. Aun así, la banda sonora y algunas secuencias de la película, como la de la gran cacería de búfalos, tenían algo de la gran épica del western que más amamos; esa épica que el genuino Graham Greene, el primero en morir, el de los ojos saltones, tanto desdeñaba, sumergido como estaba en las huidizas y frías sombras de la Guerra Fría.

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