Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Repetir elecciones
Ni siquiera había ido realmente a comprar, pero tenía la tarde tonta y me di un paseo por uno de estos supermercados enormes de las afueras que tan bien conocemos todos. Llamadme ecológica o vaga, pero suelo comprar en los supermercados de mi barrio. Prefiero ecológica, ya sabéis, por eso del consumo de proximidad.
El caso es que no importaba el pasillo en el que estuviera porque la frase que más escuchaba era siempre la misma: ¡qué caro está todo! Tanto en delicatessen del mundo como en los yogures, en el pan o en la carne. ¡Qué caro está todo! Recuerdo a un señor horrorizado cuando su santa le vino a decir al precio al que estaba el café que solían comprar. Y eso que se suponía que ese hipermercado era famoso por sus precios competentes. Me sorprendió porque lo guionizas y no queda igual, porque ojalá fuera una anécdota inventada pero es cien por cien real.
Desde luego las conversaciones estas fiestas van a ser muy diferentes. «¡Que no haya miseria en esta casa!», exclamará alguno mientras le echa un huevo más a la tortilla. Quién nos iba a decir que el plato de lujo estas Navidades no serían unas buenas gambas blancas de Huelva sino una tortilla de patatas de siete huevos, bien cuajadita ahí, y un pollo al horno con limón. De postre, unas natillas en lugar de un soufflé, un cannoli de diamantes o cualquier postre que suene a caro (para los que cocinan tan poco como yo, las natillas caseras también llevan huevo).
Qué locura, señores, qué locura. Aún quedan tres semanas para el año nuevo y ya lo mira una con recelo. ¿No podríamos quedarnos en 2025 un ratito más? O mejor aún, viajar a 2019. En la carta de los Reyes ahora serán los propios niños los que pidan chalecos y calcetines porque enero se prevé fresquito con la próxima subida prevista en la factura de la luz. El regalo estrella será una bata de borreguito, acuérdense de lo que les digo.
En cuestión de cinco años los precios se han multiplicado de una forma que los bolsillos no pueden sostener y, si finalmente la luz sube como se prevé, ya sabemos que sube todo detrás porque aumentan los costes de producción y de mantenimiento.
Es gracioso porque en ninguna de las distopías que he leído la historia empezaba por el precio de los huevos y el pollo, pero si mira una hacia el pasado sí puede ver que algunas de las mayores revueltas de la historia empezaron por la subida abusiva del precio del pan. Tal vez a la nuestra podamos llamarla «la revuelta de las gallinas». Tiene gancho, ¿que no?
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