Tirando del hilo

Eso quiero: ir al médico si lo necesito

Cuando te duele la tripa, la fiebre asciende, te molesta el caminar o sientes que, simplemente algo no va bien, buscas una mano hospitalaria que ponga remedio a tu malestar. Pero hay veces que los nudos no son físicos, sino mentales y éstos también hay que saberlos desenlazar con cuidado. Hay malestares que nos oprimen el pecho, que causan ese efecto lacerante que nos provoca ansiedad, nos despierta en mitad de la noche y nos sumerge, de repente, en una melancolía difusa que te hace pequeña, te estrangula y amenaza con hacerte infeliz por un tiempo indefinido. Quizás esa desazón no venga causada por algo extraordinario, ni tampoco por una desgracia sobrevenida. Pero tu día a día, de igual modo, se ha transformado en una angustia imposible. Un poco más tarde, empiezas a experimentar vergüenza y culpa, porque mientras tú lloriqueas, hay personas que tienen verdaderos problemas y lo tuyo, bah, solo son tonterías. Pero despertar cada día con una soga que te aprieta no es una nimiedad. Autosabotearte, no tener ganas de salir del mar de sábanas o buscar una guarida en pleno día no son ninguna necedad. Gestionar lo que nos pasa por dentro no puede ser un capricho, no demuestra debilidad, sino todo lo contrario.

Tu mente y tu cuerpo son un sincero reflejo de aquello que experimentas: vivencias familiares, el peso del trabajo, la falta de él, modos de vida hechos rueda, incertidumbres que ahogan, soledades que muerden, frustraciones que pesan, miedos que no se van o falta de horizonte en el pasar de los días. A veces es necesario parar, encender las alarmas, desprenderse del tabú y el estigma que te ciega y te impide ponerle nombre a lo urgente, para, seguidamente disponer del coraje necesario para reconocer que no estás bien, pedir ayuda, encontrar respuestas y tener la valentía de pronunciarlas en voz alta.

Crecimos pensando que la enfermedad mental era un vocablo innombrable, aterrador, que les pasaba a otros y les condenaba, de inmediato, a vivir en el lado del diferente. Inmersos en un paréntesis que parece interminable, psicólogos y psiquiatras alertan de que la demanda crece y faltan manos. La OMS estima que un 25% de la población sufrirá algún problema de salud mental a lo largo de su vida. Se calcula que solo cinco de cada 100 euros que se invierten en sanidad van a parar a la atención de estas patologías. Pero pedir ayuda no puede ser un lujo para quien lo pueda pagar y para los que no, a aguantar en casa hasta salir por los aires.

Vivimos un presente incierto que no deja dibujar con trazo firme las líneas del mañana. Por eso, necesitamos encontrar un espacio para mirar el caminar errante del que pasa a nuestro lado, preguntarle por el corazón, por su pellizco, entender su duelo y comprender cuáles son las pesadillas que le desvelan. Necesitamos descansar cuando nos atacan los monstruos interiores, detenernos cuando nuestro puzzle se resquebraja, respetarnos por ello y, cuando estemos preparados, dar un zapatazo, buscar soluciones y salir de nuevo a la superficie.

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