La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
AUNQUE ha pasado algún tiempo de que ocurrió, no quiero dejar escapar la ocasión de condenar tajantemente el atentado que sufrió la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
Cualquier tipo de violencia nunca debe ser la solución para resolver los problemas. Sea del tipo que sea. Y si encima se hace en nombre de Dios, en nombre del Dios que cada uno profese, todavía es más condenable si cabe. No conozco ninguna religión -y no es que yo sea un marisabidilla en esto de las religiones- en la que el Dios de cada una justifique un asesinato en su nombre. Ninguna. Pero ni para defender a esa religión ni a Él.
No creo, pues, que matar en su nombre tenga como recompensa el paraíso. Más bien, el más gélido de los infiernos. Esa multiculturalidad de la que tanto en occidente nos vanagloriamos de ofrecer a todos sin excepción debe servir para unir, para dialogar, para convivir, para ser entre todos más humanos y civilizados. Ninguna fe debe ser impuesta ni a base de un kalashnikov ni a base de ningún símbolo religioso, como ha pasado en otros siglos. La religión se enseña, no se impone. Y eso lo deben saber bien quienes desde hace años intentan imponer la suya de una manera que se sale de todo lo racional conocido. Nueva York, Londres, Madrid o París pueden dar desgraciadamente prueba de ello. El islam, que al fin y a la postre es de lo que estamos hablando, es algo muy diferente de los que unos descerebrados nos quieren transmitir un día sí y otro también.
Porque no hay que confundir las cosas. El Islam es una religión con Alá como Dios. Islamista es aquel que no defiende el islam en toda su extensión ya que lo que pretende es por la "legitimidad" que ellos dicen atesorar, extender la ley coránica en todos los órdenes de la vida. El yihadista lo que promulga es la guerra santa; o sea, imponer el Islam por la fuerza. Y eso está ocurriendo no muy lejos de nuestras fronteras. Incluso dentro de ellas. Las diferentes religiones que conviven en un lugar tienen que estar condenadas a entenderse y, por eso -y lo tenemos muy cerca para entenderlo, en ciudades como Ceuta y Melilla sin ir más lejos- todos deben caber en el calendario. Es decir, todas las festividades de las diferentes religiones deben tener sus días rojos. Pero nunca a costa de lo que hay o ha habido de toda la vida por aquello de "no herir sensibilidades". Dejémonos de gilitonteces. La sensibilidad no se hiere cuando lo que se representa son hechos históricos que sucedieron tal cual. Le guste o no a moros o a cristianos.
Pero, cuidado, también, y a fe que soy un defensor a ultranza de la libertad de expresión, con tocar asuntos de los que algunos se pueden sentir especialmente sensibles. No soy partidario de que se utilicen ni imágenes ni símbolos religiosos para que sirvan de mofa o de escarnio público. No es la primera vez que en celebraciones "donde se cree que cabe todo" se han visto representadas en carteles o en puestas en escenas imágenes sagradas o símbolos cristianos que menos que ultrajados. Y encima nos reímos de ello por esa manera tan nuestra de entender la religión cristiana.
Pero los hay de otras religiones, como que no. Otra cosa bien diferente es que, sin ofender ni menospreciar ni insultar, se utilice la libertad de expresión en este campo como una manera de expresar diferentes pensamientos. Defendamos a nuestra religión, a nuestro Dios, pero siempre desde el raciocinio y el amor al prójimo.
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