Brindis al sol
Alberto González Troyano
Teoría del regalo
Cumplir años no nos convierte en mejores, ni mucho menos en más sabios. Pero la experiencia acumulada, fruto de aciertos y errores, nos permite analizar la realidad con los suficientes reparos como para verla desde la distancia y relativizar lo que nos quieren presentar como novedad inevitable y hasta como cambio radical sin posibilidad de retorno. Al fin y al cabo, lo que sí da la edad es perspectiva y como dijo Churchill “cuanto más puedas mirar hacia atrás, más lejos podrás ver hacia adelante”.
Desde hace algún tiempo es imposible no encontrarse en Navidad con un buen puñado de artículos de prensa disfrazados de análisis aparentemente sesudos que pretenden demostrar que el cristianismo es algo obsoleto y que la espiritualidad cristiana está pasada de moda. Como si Dios cambiara cada temporada. Reconozco que cuando los leo se me dibuja una sonrisa, añado que condescendiente y un tanto burlona, y me pregunto qué tendrá Jesús para que dos milenios después de su feliz nacimiento siga incomodando a más de uno que cree que con argumentos tan pueriles como los que suelen utilizar –este año he leído que emerge la posreligión, una nueva espiritualidad fuera del dogma, más terrenal y libre– van a borrarlo de la historia. Tan legítimo es creer como no hacerlo. Dios nos creó libres hasta para negarlo. Pero lo que resulta llamativo es la obstinación en hacer el ridículo negando la evidencia palpable de la fe cristiana en el mundo.
Un tercio de la Humanidad es cristiano. Los seguidores de Cristo han sido perseguidos desde sus orígenes hasta hoy y, sin embargo, la comunidad ha sobrevivido al acoso y hostigamiento de imperios, totalitarismos y dictaduras. Es difícil admitir, para quienes desean su desaparición, que algo que afirman que sólo es un mito, sobreviva y se fortalezca a diario, incluso cuando más débil parece. Quizá porque son incapaces de entender que, como escribió C.S. Lewis, “una vez en nuestro mundo, un establo tuvo algo dentro que era más grande que todo nuestro mundo”. Ese Dios, nacido en la sencilla humildad de un pesebre, sigue iluminando cada día millones de corazones aunque haya muchos empeñados torpemente en apagar su Luz infinita y matar la Esperanza. Puede que frente a la sonrisa de ese Niño, cuyo nacimiento celebramos cada año, prefirieran vivir sus tristezas en un mundo como la Narnia tiranizada bajo el yugo de la Bruja Blanca, donde siempre es invierno, pero nunca Navidad.
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