El fin del mundo

18 de noviembre 2025 - 03:07

Cuesta imaginarse el futuro de una ciudad donde la mitad es inundable. Bueno, la mitad no, pero casi. El temor de que las imágenes de las calles cubiertas por el agua serán cada vez más frecuentes está ahí, agazapado en una esquina de la mente. Los modelos llevan décadas avisando de lo que podemos esperar del cambio climático, ¿son estos los primeros coletazos? ¿Estamos una vez más ante un falso aviso del fin del mundo o esta vez es real? No lo sé, no puedo saberlo.

El primer fin del mundo que recuerdo fue el 11S. Tenía 17 años y empezaba segundo de bachillerato. Como para olvidarlo. Estábamos en los albores de la Tercera Guerra Mundial y a mí me iba a pillar entrando en primero de carrera. No puedo decir que tomara mis decisiones solo por eso, pero sí que cuando el miedo se mete bajo la piel es muy difícil pensar con claridad. Al final, la guerra no vino, pero los exámenes finales sí.

Desde entonces he vivido muchos fines del mundo. Con el 11M también se iba a acabar la civilización como la conocíamos, igual que con la crisis de 2008 y, mucho después, con el mundo postapocalíptico que surgiría de la pandemia. Qué difícil es conservar el temple y la razón cuando desde todas partes te bombardean con que es El Final, aunque luego nunca se produzca.

El gran apagón; los mensajes que circulan por la red informando de que tal gobierno europeo recomienda tener en casa un kit de emergencias; la IA que va a destruir el mercado laboral tal y como lo conocemos… Todo es absoluto y definitivo, pero nunca termina de llegar; como la sustitución de los coches de combustión por otros con motores eléctricos, algo que era una realidad inminente hace diez años porque se iba a acabar el petróleo, pero ha dado tiempo a terminar de pagar esos coches de gasolina que eras un tonto por comprarte y todavía no ha sucedido.

Vivimos en un mundo perpetuamente al borde de la extinción, provocando la paranoia de que se acaba. Es difícil separar la realidad de la ficción, qué hay que tomarse en serio y qué no. ¿Debemos preocuparnos por las lluvias torrenciales que arrasan nuestros pueblos y nuestras playas en otoño?¿Tenemos que tomar medidas preventivas para evitar una catástrofe mayor? En este caso la respuesta es fácil: sí. Porque tal vez no podamos evitar el fin del mundo en términos absolutos, pero sí podemos actuar sobre sus consecuencias localizadas, prevenirlas y combatirlas. Cualquier cosa antes que la inacción absoluta y repetir, en bucle, las mismas imágenes de las calles anegadas año tras año.

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