Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Pablo y Pedro
Era un pueblo de mar, una noche después de un concierto, que cantaría Sabina, una charanga seguida de un centenar de vecinos y turistas jaleaba a los dos juanillos que se iban a quemar en la playa de Zahara de los Atunes a la caída de la noche más breve del año. Uno de los muñecos es un hombre calvo, gordo, con barba y corbata, Koldo García; ella es una rubia de melena extravagante, Nicoleta, el nombre de una de las prostitutas que el Pantaleón navarro servía en bandeja a su jefe del Ministerio de Transportes. El cachondeo no se acabaría hasta que los dos juanillos ardieran al lado de la desembocadura del río homónimo, donde Cervantes situó parte de La ilustre fregona. “Carriazo –escribe el ingenioso escritor– pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó maestro en las Almadrabas de Zahara, donde es el filibusterrae de la picaresca”.
Hay una corrupción blanca, otra gris y una negra, y hay casos judiciales que apenas llegan a la opinión pública y otros que impactan con la misma fuerza que las bombas antibúnker que el loco del pelo colorado ha arrojado sobre las instalaciones nucleares de Irán. La de Koldo, Ábalos y Cerdán es corrupción negra de alto impacto. Cuando un pueblo se sabe los nombres de las prostitutas y ha oído a los pícaros repartirse las mordidas, sólo cabe la disculpa sincera y el saneamiento profundo, de nada valen otros relatos, es el desastre.
El terrorismo de Estado practicado por los GAL fue tolerado por la opinión pública española hasta que se supo que en el Ministerio de Interior se repartían los fondos reservados y que dos comisarios se jugaban los billetes verdes en el casino de Biarritz. El caso de los ERE era para catedráticos de Derecho Administrativo hasta que apareció el chófer de la coca, al que se sumaría la fiestuqui del Don Angelo. La Gürtel era un caso de financiación con ramificaciones complejas hasta que se descubrieron los sobresueldos que Bárcenas pagaba a la dirección popular con la contabilidad B del partido: a punto estuvieron de tener que vender la sede de Génova, cuya reforma se pagó en negro.
Los juanillos de Zahara son una anécdota que, sin embargo, muestra cómo un caso de corrupción alcanza la categoría de escándalo, que es cuando zarandea e indigna a la opinión pública. Las tertulias políticas se han comido los programas del corazón. Una institución tan sólida como la monarquía detectó muy bien el momento en el que una sucesión de casos afectaba a su propia continuidad, y actuó con decisiones que han sido históricas en el sentido literal del término. El PSOE no podrá escapar de esta vergüenza si no es con una catarsis sanadora.
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