Esto de escribir un "guarán" cada semana amenaza con convertirse en una rutina. Normalmente lo hago el domingo por la mañana. Me levanto temprano, pero no demasiado, y desayuno frugalmente. En la cama he oído ya los primeros noticieros de la radio y, luego, veo un poco las noticias por la tele: en cierto canal hay un bucle que se repite y, quizás por eso, todo parece aún más terrorífico y más tremendo. Pero no es una mera percepción de día festivo en el que no luce el sol. En realidad, todo es terrorífico y tremendo. En Seúl, decenas de jóvenes han muerto atrapados en una avalancha humana mientras celebraban en las calles una fiesta de Halloween; en Mogadiscio también han perdido la vida más de un centenar de personas, sobre todo mujeres y niños, como consecuencia de un atentado en el centro de la ciudad; Rusia ha puesto fin al acuerdo para la exportación del grano ucraniano, condenando a la hambruna a cientos de miles de personas cuya vida, de por sí, está ya permanentemente atravesada por la pobreza y la enfermedad; en las calles de Sao Paulo, una diputada de Bolsonaro ha amenazado con su arma a un hombre simplemente porque él pertenece al partido de Lula; en Haití, han asesinado a tiros al líder del RDNP mientras el país sucumbe al cólera y a la violencia de las bandas criminales; en el nuestro, los políticos nos demuestran por enésima vez su infinita capacidad para el desacuerdo, la demagogia y el electoralismo. Qué poco respeto a lo que dicen las urnas. A fin de cuentas, el objetivo principal no parece ser el consenso (esa cosa que solo se consigue cuando todas las partes renuncian a parte de lo que quieren y, por lo tanto, acaban necesariamente descontentas), sino la revalidación del poder, la victoria electoral y la defenestración del contrario.

En la mayor parte de los casos, tanto ruido no nos deja oír otros sonidos de fondo y, entre ellos, los que nacen de los verdaderos problemas de la gente común, asediada por la inflación, los salarios paupérrimos y la falta de servicios básicos. Así las cosas, antes de caer en el abatimiento, rebusco entre las últimas noticias para encontrar algo que me dé un mínimo de aliento y he aquí que reparo en un suceso cargado de significantes y significados que da cierto pábulo a la esperanza. Sí, señores y señoras, ha llegado un indio a la corte del rey Arturo. La vieja metrópolis va a ser gobernada por un hombre de las colonias, de ascendencia hindú y criado con los aires de la Kenia imperial, y la metáfora del cambio es tan potente que me da igual, en este caso, que sea un recio conservador, multimillonario hasta las trancas e, incluso, partidario del Brexit. Me quedo en este caso, si quieren, con lo más superficial: ha llegado al 10 de Downing Street un primer ministro de tez morena y ojos brillantes y oscuros que se llama Rishi Sunak y que está casado con otra india, Akshata Murty. Debe de estar el gran Mahatma Gandhi pasándoselo en grande. Y eso puede salvar hasta el día más gris.

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