Confabulario
Manuel Gregorio González
Narcisismo y política
El domingo vi La princesa prometida. Hacía más de seis años desde que la revisioné por última vez y justo este domingo, de repente, se me antojó volver con Buttercup y Wesley. Qué poco podía imaginar que el lunes despertaríamos con la noticia del cruel asesinato de Rob Reiner y su esposa.
Para ser sinceros, cuando pienso en La princesa prometida pienso primero en William Goldman, su guionista y escritor de la novela original en la que se inspira la película, porque siempre he sido más de guionistas que de directores, y luego en Rob Reiner, incluso aunque soy consciente de que sin la mirada de Reiner no habría existido la historia tal y como la conocemos. El cine es un trabajo en equipo mientras que la literatura es un desvarío solitario. Se nutren y se alimentan mutuamente, pero sus formas de funcionar son muy distintas.
La princesa prometida es un cuento de Amor Verdadero, es una parodia y, a la vez, una entronización del género de aventuras fantásticas. Es una leyenda y un hito generacional. Es imposible haber sido niño a finales de los ochenta, principios de los noventa, y no haber transitado los Acantilados de la Locura -magnífico duelo de espadas, por cierto-. Y qué decir de Íñigo Montoya, eterno. Incluso los chavales de hoy en día reconocen rápido aquel «Hola, me llamo Íñigo Montoya…».
Venganza, honor, amistad, Amor Verdadero. ¿Hay algo más pasado de moda que el amor verdadero? Exceptuando los pantalones pitillo, probablemente diría que el honor. Y sin embargo Reiner y Goldman consiguieron hacer magia, una magia que sigue funcionando treinta y ocho años después. A Reiner debemos también Cuando Harry encontró a Sally, con guion de Nora Ephron, un clásico de las comedias románticas que también rompe la barrera entre generaciones. Porque cuando una historia está bien contada, el tiempo no pasa por ella. Ese es el legado de este director, actor y escritor excepcional que nos ha dejado de forma tan traumática, y que cuenta en su filmografía con grandes clásicos inolvidables, aunque aquí solo hayamos hecho repaso de dos de ellos. El oficio de contador de historias es uno de los más cercanos a la magia, a lo arcano, a lo que nos conecta con la posibilidad de otros mundos mejores que este. Perdemos a un chamán, un encantador de serpientes, capaz de conjurar lo insólito y volverlo cotidiano y natural, capaz de volvernos a hacer creer en el amor, en la amistad, en los valores universales. En un mundo donde todo está cubierto de ironía o de sarcasmo, donde los héroes o son cínicos o son caricaturas, una historia de Reiner sigue funcionando y cautivando al público como la primera vez. Si eso no es magia, decidme entonces qué lo es.
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