La Tomatina, en Buñol; los Sanfermines en Pamplona o la batalla del Vino en Haro… son ejemplos de algunas de las costumbres ancestrales que, transmitidas de generación en generación, se convierten en tradiciones que dan albergue a las raíces culturales del pueblo. Si en España, éstas y otras profanas similares (San Fermín, la noche de San Juan…) se conservan y protegen con mimo, es fácil imaginar con qué exaltación llegan a salvaguardarse las religiosas ¿Cómo tocar la Semana Santa? ¿Cómo alterar la Romería del Rocío o el Corpus o la festividad de algunos de los 7.000 santos beatificados en España? Las corridas de toros, consideradas como un destacado elemento cultural en nuestro país, corren riesgo de extinguirse, pero ¿Alguien imagina un mes de julio sin la Virgen del Carmen bendiciendo la ría? ¿Una Nochebuena sin Misa del Gallo? ¿Una defunción sin un sacerdote? Imposible.

Podría ser este apego a las tradiciones el origen de las iras desatadas a causa de que el presidente del Gobierno no asistió a la Misa solemne homenaje a las víctimas del Covid. Los autonombrados "guardianes de la tradición" lo acusan de haber "errado gravemente"; pero más bien, son aquellos que no admiten más verdad que la suya y aprovechan cualquier oportunidad para generar conflictos. No importa que España sea un Estado aconfesional desde la Constitución de 1978. No importa que el artículo 16 apruebe la libertad religiosa, ideológica y de culto. No importa que el 60% de la población, que se considera católica, no asista a cultos religiosos. No importa que acudiese a la Misa la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, o las presidentas del Congreso y del Senado. No importa que el mismo cardenal Osoro, en la celebración, condenase el sectarismo y la crispación. Ni siquiera importa que ya estuviese fijado, previamente, el 16 de julio como el día del Homenaje institucional a las víctimas, presidido por el Rey. Lo que verdaderamente les importa es oponerse, a lo que sea, aunque se falte al sentido común.

A juicio de los que van a lo suyo, esta no asistencia a la Misa celebrada (decidida, por cierto, unilateralmente por la Conferencia Episcopal) lo que pretendía era minimizar la tragedia, como si eso fuese posible. Añaden los oportunistas de trifulcas que fue una actitud irrespetuosa con los familiares, ignorando que las verdaderas faltas de respeto surgen de la intransigencia y del fanatismo. Ojalá el dolor por los fallecidos pudiese desaparecer con una Misa…

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