La huella flamenca en Huelva

El Malacate

El fandango como patrimonio cultural puede estar mucho más presente en la ciudad para reforzar su carácter identitario para los onubenses, apelando a las raíces y mostrando orgullo por algo muy nuestro

Monumento a Paco Toronjo en la Avenida de Andalucía, en Huelva.
Monumento a Paco Toronjo en la Avenida de Andalucía, en Huelva. / Josué Correa

Huelva, 22 de junio 2025 - 03:00

ACABA hoy la décima edición del Festival de Flamenco Ciudad de Huelva. Brillante. Diez años que consolidan una cita cultural de altura que vino a saldar una deuda grande que teníamos en la ciudad. Estamos en tierra flamenca, no siempre considerada ni reivindicada, pese a grandes intérpretes innovadores. Es la capital del fandango, nacido en Alosno y cultivado y desarrollado también como algo propio en toda la provincia, y muy especialmente en la urbe. Quizá fuera de aquí, entre grandes conocedores de la historia de este arte universal, se tiene más presente y se valora más a Huelva como enclave fundamental para el flamenco, aunque siga oculto para el gran público por los grandes templos del cante y la guitarra andaluces.

Y, por eso, precisamente, a Huelva le hace falta más. Un poco más, al menos.

Hablamos del fandango como identidad y carácter de un pueblo, como patrimonio a cuidar y promocionar, pero parece necesario hacerlo más presente en el diario de la ciudad. En convivencia con los onubenses, primero, para que enraíce como debe y se conozca por todos nosotros cuán importante debe ser, y cómo de orgullosos debemos estar. Del flamenco y de nuestro fandango. Y de todos aquellos que lo hicieron grande aquí.

No hace mucho hablábamos de ello con mi paisano andevaleño Miguel Ángel Fernández Borrero, gran periodista y flamencólogo, y colaborador de Huelva Información con su fantástica serie de artículos semanales Historias del fandango, que recomiendo no se pierdan cada viernes. Se pueden hacer festivales de altura y dedicar monumentos a nuestros artistas, como hace una semana también a la recordada Amparo Correa, pero es necesario un poco más. Y reparar agravios históricos con nombres fundamentales del flamenco onubense (y del nacional, al mismo tiempo), que permanecen en un olvido generalizado, salvo por los trabajos de estudiosos como Miguel y por el testimonio de los aficionados más veteranos.

Algunos están tímidamente recogidos en nuestro callejero, como Antonio Rengel. Y otros tienen su monumento, como Paco Toronjo, los hermanos Isidro o Niño Miguel. Pero muchos otros no aparecen de ningún modo, pese a ser fundamentales.

José Rebollo es uno de ellos. Considerado uno de los grandes puntales del fandango junto a Antonio Rengel, tan ligado éste a la Plaza de la Merced, donde debutó con 8 años, tras nacer en la calle San Andrés, en ese barrio tan flamenco como es el de San Sebastián.

Rebollo nació en Moguer pero tuvo vida activa en la capital antes de marcharse a hacer carrera a Sevilla. Como Dolores La Parrala, mítica cantaora moguereña nacida en la primera mitad del siglo XIX, que llegó a actuar en París, antes de acabar sus días en una casa de la calle Puerto de Huelva.

El gran guitarrista Manolo de Huelva era riotinteño de cuna, aunque criado en la calle Berdigón de la capital, donde su familia tenía una sastrería. El maestro clásico Andrés Segovia se deshizo en elogios hacia él, según las palabras que comparte Miguel Ángel Fernández: su dedo pulgar, dijo, “debiera ser conservado a muerte para mantenerlo como reliquia viva y persistente que recuerde que con él se lograron las tonalidades más bellas y puras del flamenco”.

Sin llegar a ese extremo que sugería Segovia, algún recuerdo debería haber en esta ciudad de su paso y su brillo por el flamenco, en el que es uno de los nombres fundamentales antes de fallecer en los años 70.

Una buena iniciativa podría ser incorporar pequeños hitos en distintas calles y espacios de la ciudad. Quizá unas placas metálicas, de esas que vemos cómo dignifican nombres de la cultura en otras capitales españolas. Un recuerdo también ligado a lo que significaron diferentes puntos de Huelva donde se avivó la llama del cante y el fandango en tabernas y teatros desaparecidos. Como Casa Alpresa, en la calle Mora Claros, donde José Pérez de Guzmán, muy enfermo, le pidió a Antonio Rengel en la primavera de 1930 que le cantara su fandango.

Sean con rótulos de calles, o con pequeñas placas como hitos de la Huelva flamenca y fandanguera, se contribuiría a devolver con gratitud lo que otros aportaron en el pasado para disfrutar de este presente, que mira al futuro evolucionando y explorando nuevos territorios con esos grandes artistas onubenses que les estudiaron de pequeños y ahoran han tomado su testigo para liderar también el flamenco nacional. Conocemos sus nombres. Pero no los de esos que les precedieron. Y en ello podríamos embarcarnos, ahora que tenemos fresca la afición flamenca con el festival que acaba hoy. Se cierra la décima edición pero el flamenco debe seguir.

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