Hace sólo unos días, las televisiones se han regocijado a gusto en la difusión de dos chicas de 14 años peleándose brutalmente (la agredida fue intervenida por fractura en la nariz) en plena calle, con los compañeros alrededor grabando para circular por las redes más tarde, a fin de seguir disfrutando del espectáculo.

Ha sido inevitable recordar la grabación de la violación protagonizada por la fatídicamente popular Manada, como un acto lúdico, de jolgorio, y con méritos suficientes para ser gozado después cuantas veces se quisiera. Lamentablemente, parece que inspiró a otras salvajes manadas. Desde aquel 2016 hasta ahora, se cuentan más de 100 violaciones grupales denunciadas; muchas de ellas grabadas, lo que indica que la visión de la violencia no siempre produce rechazo.

Y hablando de violencia, son 44 mujeres las víctimas de violencia machista en septiembre, 6 en esta última semana y todas víctimas de sus parejas (hombres) o familiares (hombres). No es casual que se les catalogue como violencia machista a pesar de que haya gente por ahí clamando, sin justificarlo, que se les cambie el adjetivo a este tipo de violencia.

No hay quien se libre de ser objeto de intimidación. Si la Iglesia católica, idealizada por tantas generaciones, ha llegado a abrir una Oficina de Denuncias para los menores víctimas de abusos por parte de miembros de la Iglesia ¿qué número de denunciantes no habrá? Se agrede a los sanitarios y a los docentes y nos informan de las sanciones contra los agresores como si fuese un éxito, como si no fuese a repetirse la semana próxima. Ante tanto desvarío, la pregunta no es ¿qué estamos haciendo? sino ¿qué es lo que no hacemos?

No se incluye en los curriculum escolares una formación planificada y coherente en valores. Una sociedad con unos políticos que sienten aversión (además de represiones variadas) hacia todo tipo de educación para la ciudadanía, no está haciendo lo que debe. No se enseña a vivir en convivencia. Parece más útil dirigir nuestra atención hacia los intereses del poder: las cuestiones mercantilistas, oportunistas y de marketing. No se desarrolla una sana y útil educación sexual. Prefieren distraernos asustándonos con los 'males' que conlleva. No se previenen, en general, las agresiones ni los actos violentos. Una sociedad que prefiere sancionar antes que prevenir se queda con lo fácil, aunque no coincida con lo mejor.

Y digo yo, con este optimista contexto, ¿de verdad hay quien opte por no votar?)

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