La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
MAÑANA se celebra la festividad de San Juan Bosco. Un día venerable para toda la gran familia salesiana, universalmente conocida como uno de los grupos católicos más numerosos del mundo, cuyas obras se extienden a lo largo de 130 países. Yo inicié mis estudios desde la más tierna infancia, lo que entonces se llamaba parvulario, hasta bien avanzado el Bachillerato en el Colegio Helmántico de María Auxiliadora de Salamanca, que dejé -el colegio no los estudios-, cuando por motivos familiares hube de trasladarme primero a Madrid y luego a Huelva. En la capital salmantina había en aquel tiempo dos colegios: los Salesianos nuevos, el mío, un centro docente en un noble edificio de grandes proporciones, y los Salesianos viejos o de San Benito, incluida esta antigua iglesia de estilo gótico y reminiscencias románicas en la calle de la Compañía, en el centro histórico y monumental de la gran ciudad, Patrimonio de la Humanidad.
Mi padre fue salesiano, como mis tíos, mi hermano, mis hijos y algunos sobrinos, y mi memoria es salesiana, en la que forjé un carácter austero y disciplinado, dado a la serena reflexión ante cualquier contingencia por compleja que sea, arraigado sentido autocrítico y el grato recuerdo de un profesor de Historia que me acostumbró a interpretarla mucho más allá de lo que nos transmitían los libros de texto a la luz de los sabios historiadores ajenos a los intereses de cualquier época.
Cuando se habla de elevadas intercesiones a las que tan dados son algunos católicos de hoy y políticos oportunistas, los salesianos sólo tenemos que cumplir el ejemplar destino de nuestro fundador, Don Bosco -para todos nosotros-, promotor avanzado y aventajado de un sistema pedagógico que contribuyó de manera preventiva y educativa a la formación de niños y jóvenes al servicio de una juventud necesitada y de su futuro social y laboral. En su amplia labor como educador y maestro de educadores contribuyó a fortalecer la unidad de la Iglesia en años difíciles para la constitución del Estado italiano y sus diferencias con el Vaticano.
El santo salesiano fue también adelantado en la idea de que en el Evangelio se integran a la par la propuesta de salvación eterna del hombre y el origen de su desarrollo en la vida, poseedor indiscutible de su libertad y de su dignidad. Un mensaje que años más tarde haría suyo Juan Pablo II. Don Bosco fue el hombre que supo guiar a muchos jóvenes, hombres de provecho después, capaces de vivir íntegramente su tiempo y preparar recta y profesionalmente su futuro. Un patrimonio que uno guarda como el mejor acervo de sus ideales. Y no olvidemos que San Juan Bosco fue el creador en su adolescencia de la Sociedad de la alegría, algo tan necesario en nuestros días.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
Por montera
Mariló Montero
La duda razonable
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
El laboratorio extremeño
En tránsito
Eduardo Jordá
Extremadura
Lo último