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La vida íntima de provincias posee un encanto del que en Madrid no tienen la menor idea, y en los primeros años de la vida es cuando mejor se disfruta. Nunca se podrán sentir en Madrid esas emociones incomprensibles que el sonido de cierta campana, el aspecto de una calle, o la fachada de una iglesia humilde como la de la Soledad despiertan en el fondo del corazón.
Según la leyenda, la ermita de la Soledad la levantaron los Caballeros de la Orden de Santiago en 1262 en acción de gracia por la toma al sarraceno de la villa de Niebla (en éste lance bélico se utilizó por primera vez la pólvora), uno de los escasos hechos de guerra que protagonizó Alfonso X el Sabio durante su reinado.
Históricamente los datos que poseemos y sus características arquitectónicas nos la sitúan en pleno barroco andaluz. A lo largo de su trayectoria se ha utilizado como iglesia del Hospital de la Misericordia, Escuela de Cristo, Asilo de Desamparados, Arvellano (nombre popular que antiguamente se le daba a la comisaría), almacén municipal (allí se depositaron los restos, tras el accidente que le costó la vida al aviador Leforestier, del avión Olga) lugar de ensayo de la Banda Municipal de Música. En la actualidad, hace unos quince años restaurada por el arquitecto Alfonso Martínez Chacón, es nuevamente ermita, aunque diríamos que más que ermita es un joyel que guarda los Santos Titulares de la Hermandad más antigua de nuestra capital, la del Santo Entierro.
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