De ébano son, y de alma

En la conciencia de los africanos existe un profundo sentimiento de inferioridad y de daño moral no reparado

Finalizaba mi Surcos Nuevos de la semana pasada -Al Sur lindamos con África-, recomendando el libro de Ryszard Kapuscinski Ébano. El texto suscitó diversos comentarios. Uno de ellos, elogioso, procedía del poeta Chema Cotarelo y terminaba con estas palabras: "De ébano son, y de alma", que me ha prestado para titular este artículo. Y por esas coincidencias que se dan a veces en la vida, mientras lo escribo en la noche del domingo, me sirven de fondo las imágenes y sonidos de la TVE2, que proyecta el docudrama hispanopolaco Un día máscon vida, basado en las vivencias de Kapuscinski en la guerra civil de Angola, que a partir de su independencia en 1975 se convirtió en el campo de una lucha fratricida, un escenario de la llamada guerra fría, pero allí muy caliente, entre las potencias hegemónicas, Rusia y EE. UU. Mezclando los dibujos animados en los que el protagonista es Kapuscinski con testimonios reales filmados, se ha dicho que después de ver la película uno no vuelve a ser el mismo. Muy recomendable.

En cuanto a Ébano, su lectura me ha producido un fuerte impacto. Los años de andanzas subsaharianas del periodista polaco se han traducido en un relato sin concesiones, surgido de una mirada lúcida y compasiva sobre las gentes de un grupo de 18 países en el cinturón de África, que ostentan el dudoso palmarés de encontrarse entre los veinte más míseros de la tierra. Es la consecuencia de siglos de tráfico de personas explotadas como bestias de trabajo para hacer progresar al Nuevo Mundo, a los que siguió otro siglo de colonización para que Europa se enriqueciera con la apropiación de sus materias primas. Este continuado expolio, unido al desprecio y la humillación sufridos, ha causado en la conciencia de los africanos un profundo sentimiento de inferioridad y de daño moral no reparado.

Algunos de los interrogantes que suscita Kapuscinski son inquietantes y, sin embargo, imposibles de soslayar. Termino con uno de ellos: "La pregunta no es cómo alimentar a la humanidad -hay comida suficiente; solo es un problema de organización y transporte-, sino qué hacer con la gente, con la presencia en la Tierra de tantos millones de personas. Con su energía sin emplear. Con el potencial que llevan dentro y que nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El de miembros de pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?"

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