La otra orilla
Andrés García
¡Dios, qué mundo!
Hoy facturamos el año 2025. Si no les ha gustado mucho, no se engañen, por mucho que cambiemos de cifra nada va a arreglarse por arte de birlibirloque, así, de golpe. Podremos festejar que estamos vivos, que no es poco, o que nos queremos, eso está bien, o soñar con un mejor año, ¡qué menos!, pero hasta ahí, lo demás habrá que trabajarlo. Aun así, el día tan señalado merece una pequeña reflexión, una miradita atrás, y he de confesar que en mi primer intento solo me ha salido un ¡vaya añito de mierda! Con perdón, claro, pero nada más explícito se me ocurre. Que si las guerras, que si los sátrapas que gobiernan, que si… bueno, qué decirles.
Si aguanto algo más la mirada retrospectiva podría también concluir que el 2025 es el año del fin de las caretas. Por un lado, todos los multimillonarios y empresas transnacionales han dejado claro de qué va el juego, y es que aquí manda el capital y punto, y que la democracia dirigida de manera arbitraria por millonarios enloquecidos mola más y es menos gravosa que tener que influir a escondidas; ah, y que, de derechos humanos, ecologismo o instituciones que garanticen la equidad, nada de nada. Por otro lado, es un año en el que claramente reconocemos la circularidad de los procesos en nuestra historia, de la mano del miedo vuelve el fascismo sin tapujos, aunque ahora en un sistema manejado por la locura militarista y por redes de influencia global poderosísimas, lo que lo convierte, a mi juicio, en un fenómeno más peligroso para nuestra supervivencia que el propio nacismo del siglo pasado. Y para acabar, por no fastidiarles el día, confieso que contemplar la foto de una Europa arrodillada ante un personaje de pelo naranja en una pista de golf ha arruinado mi europeísmo convencido. ¡Dios, qué mundo!
¿Y ahora qué? ¿Cómo afrontar el 2026? Entiendo que mirar con pausa el año que acaba nos sirve para esclarecer la realidad; conocer lo que ocurre es el primer paso para cambiarlo. Igualmente, si retrocedemos al “origen del mal”, recordaremos que antes de este escenario dantesco nos llegó el neoliberalismo, que cultivó el individualismo descarnado a través de un consumo depredador; si remamos juntos, si volvemos a confiar en lo comunitario como elemento distintivo de lo humano, estaremos cambiando de nuevo el guion, recuperando la esperanza que se fue y la que nos espera. Sí, ¡Dios, qué mundo!, pero el que nos espera, brindemos por él.
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