Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
Nunca, en casi cincuenta años de democracia, se había vivido una situación de corrupción, inmoralidad, amoralidad y desencanto como el que sufren ahora los españoles. Son tantos los delitos o presuntos delitos cometidos por personas pertenecientes o cercanas al partido de gobierno, que haría falta más espacio del disponible para describirlos.
Ante ese escenario de escándalo, deprimente, que no augura nada bueno, el gobierno sigue empecinado en una posición ridícula presentándose como víctima de campañas de adversarios, jueces y periodistas fundamentalmente, que colaboran con el principal partido de la oposición para intentar que se produzca cuanto antes el relevo.
Se entiende ahora que la famosa “fontanera” de Ferraz que con tanto desparpajo se movía tratando de comprar voluntades en el mundo empresarial y fiscal prometiendo contratos o reducciones de condena, se arriesgara tanto cuando en sus encuentros pedía a sus interlocutores que le aportaran pruebas para desacreditar a los máximos responsables de la UCO. A ciertas personas del sanchismo, con mucho poder y escasa vergüenza, le inquietaba esa unidad investigadora de la Guardia Civil que no se casa con nadie y es eficaz en su trabajo. Como se entiende ahora que aparecieran en los círculos sanchistas los que saben que siempre se puede encontrar a alguien en ministerios de alto presupuesto, dispuesto a adjudicar un contrato público trampeando, a cambio de recibir dinero contante y sonante por la “ayuda”.
A estas alturas, con lo que se sabe, y con la sensación de que es mucho más lo que se va a saber porque los atrapados no se van a quedar callados, no se entiende que todavía haya sanchistas de relieve empeñados en difundir que han sido engañados por un puñado de facinerosos en los que nunca debieron confiar. No es creíble porque el puñado empieza a ser una multitud formada por personas de muy distinta biografía y procedencia, lo que demuestra que encontraron su modo de vida incrustándose en áreas en las que podían tratar a cargos con mucho poder y pocos escrúpulos. Gran parte de ellos, de esos altos cargos con escasos escrúpulos, fueron elegidos por el presidente del Gobierno.
A ver cómo acaba todo esto. Lo que haría un buen demócrata pillado en falta, en falta muy grave, sería dimitir y pedir perdón. Pero, hipócritas y falsos, los sanchistas se mantienen en sus despachos con la excusa de que su deber es salvar a España de la extrema derecha.
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