¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Teníamos la vista fija en el horizonte y no podíamos ver lo que teníamos alrededor. El camino iba a ser escarpado pero, ¡ay! ¡La recompensa! La recompensa valía la pena cualquier esfuerzo, por titánico que fuera.
Caminamos, corrimos, subimos, trepamos, luchamos, perdimos y, finalmente, ganamos. Todo lo que habíamos soñado estaba en nuestra mano por fin. Desde lo alto, el sendero pedregoso ya no se veía tan escarpado, pero las cicatrices en nuestro cuerpo y nuestro corazón eran testimonio de lo contrario.
Desde lo alto, también se apreciaban cosas que desde abajo no podíamos ver. Las vistas se ampliaban porque ahora veíamos todo lo que había nuevo a nuestro alrededor, pero también teníamos la perspectiva de ver todo lo que habíamos dejado atrás. Y empezaban las preguntas. ¿Realmente había merecido la pena?
A nuestra generación se le vendió que el éxito era vivir y trabajar en una gran ciudad lejos de casa. El éxito era tener un trabajo exigente, internacional, con mucha responsabilidades y, a ser posible, con mucho dinero. Pronto nos dimos cuenta de que lo del dinero no iba a ser una verdad muy verdadera, pero bueno. Lo habíamos conseguido, por fin, superando la crisis del demonio que nos había costado varios años de nuestra vida.
Ahí estamos, en la cima del mundo. O, por lo menos, de nuestro micromundo. Pero entonces miras alrededor y nada es tan brillante como parecía: todo el mundo se levanta temprano para ir a trabajar, pagas un alquiler o una hipoteca como puedes, ves a los amigos los fines de semana. Todo normal, nada muy brillante. El trabajo no está mal, eso es cierto.
Pero entonces miras hacia atrás y empiezas a reflexionar sobre todo lo que has perdido y que ya es irrecuperable. Ya no vives en el pueblo y seguramente no puedas volver a hacerlo hasta que te jubiles. A los amigos con los que creciste y que son como hermanos sólo los ves en Navidad y en feria. La vida te aleja de las cosas que eran importantes para ti. A cambio te da otras, pero ya no estás tan seguro de que sean mejores cuando no puedes acompañar a tus padres en sus últimos años. Cuando no puedes ir al cumpleaños de tu sobrino. Cuando el ruido del tráfico ahoga el rugido de las olas.
Quizás ha llegado la hora de redefinir qué es el éxito. Quizás el éxito consista en no querer más de lo que se tiene, en disfrutar de la sencillez de lo doméstico, en no querer aparentar que se es sino en ser verdaderamente. No lo sé. Aún no lo he encontrado.
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