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Frente a la crisis climática nos encontramos a cuatro grupos: El primero es el que niega el problema y, por tanto, no cree que sean necesarias soluciones: se trata de los que se creen las campañas —financiadas por élites globales que capitanean las grandes petroleras— que niegan todas las evidencias científicas que señalan ese hecho.
El segundo reconoce el problema, pero se dedica a marear la perdiz, maquillar el problema y poco más. Lo estamos viendo estos días en Brasil. Está formado por los gobiernos de casi todos los países, a los que estos días reúne la ONU en el evento anual que dedican al tema: la Conferencia de las Partes —conocida como la COP30, por sus siglas en inglés—.
El tercero lo encabeza la comunidad científica, que lleva décadas reclamando medidas y alertando de un problema que, avisaban hace mucho, sería la causa del aumento de eventos meteorológicos extremos —con sus correspondientes sequías, inundaciones, olas de calor…—, aumento de plagas y pandemias, desaparición de playas, migraciones forzadas...
A ellos se une un movimiento en el que han convergido personas campesinas, estudiantes, indígenas, defensoras de los derechos humanos, de movimientos vecinales, de comunidades religiosas, ecologistas, de sindicatos…
Han organizado la Cumbre de los Pueblos, que denuncia la alarmante inacción frente a las crisis sociales y ambientales que está generando el cambio climático y presiona a los participantes en la COP30 para que «pongan medidas que garanticen una transición justa, protagonizada por los pueblos y que no quede a nadie fuera, hacia un modelo económico que elimine la quema de combustibles fósiles, la implementación de políticas de deforestación cero, la exigencia a las transnacionales agrarias, mineras, energéticas y de la construcción para que asuman su responsabilidad y dejen de ser una amenaza y una barrera a esa transición…».
El cuarto grupo es el que tiene la clave: es la inmensa mayoría que está a otras cosas y con su indiferencia da alas al negacionismo, no contrarrestando su discurso y su propuesta fascista frente a los problemas que sufrimos, no presiona a sus gobernantes para que se dejen de tonterías y se tomen en serio el problema y deja solos a los científicos y a los movimientos que exigen medidas reales frente a la emergencia climática.
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