Un vientecillo travieso acaricia nuestro rostro. Estamos en febrero. Ese lento caminar, todavía con paso incierto, de los meses de un nuevo año, nos trae a veces pequeñas meditaciones que se quedan flotando en la imaginación. Dicen que este mes, calificado como "febrerillo el loco", es un pasar de días, todavía cortos, ende la inestabilidad del clima se acentúa en vaivenes constantes. La lluvia es fina, el sol hay momentos en que calienta de forma extraña, queriendo paliar las bajas temperaturas. Es cuando mi maravillosa perra, Kira, busca la sombra, con su sorprendente instinto sabio y realista.

El mes que vivimos busca quitarse, cuando puede, el sambenito de ser invierno y hacer florecer, en la pradera de sus sentimientos, una nueva y renovada flor que bajo la promesa de un Santo que regala amor, San Valentín, nos hemos inventado para ser más felices, para dar a los demás un poco de dicha y, sobre todo, para mantener en las parejas un símbolo de amor fecundo, íntimo y soñador.

La lucha anual de este mes, mutilado en el calendario que nos marca nuestro pasar de días, viene de antaño, de esos orígenes que el hombre se busca para intentar escribir la historia de los tiempos. Duelo de monstruos eternos donde el bien y el mal, el placer y la amargura, lo real y lo falso, lo sencillamente bueno y lo que no lo es tanto, se enfrentan cada doce meses para debatir su permanente duda existencial.

Mes para el amor que nace, para el que permanece, para el que se fue y nunca se olvida. Mes de conciencia estricta, de ayunos, de penitencia, de cenizas…

Este febrero que nos ahoga con miedos de un fantasma que se asoma tras la puerta y que no queremos que entre con parafernalia de brotes nuevos y salvavidas de vacunas repetidas.

Estamos en un mes donde los marcajes humanos de los ciclos astronómicos nos robaron tres días, de forma impaciente, para demostrar que somos capaces de cortar vida a ese gigante sin horas que llamamos Tiempo.

Mi mascota, Kira, me mira con sus grandes ojos abiertos de forma muy fija, como diciéndome: "¡Cómo sois los humanos!, acortáis los días de un mes, en vez de alargarlos y vivirlos más!" En algún sitio he leído que los perros viven el pasar de sus días doce veces más deprisa que nosotros. No sé la certeza de esta afirmación, pero si fuera así, estos animales tan cercanos nos demuestran que aprovechan al máximo el aire, el sol y la vida.

Febrero, en su comienzo, me ha entretenido en la divagación de una nebulosa sutil…

Todos los meses tienen un nombre de flor, para dedicarle una bella ofrenda de poesía silente, y llena de un sencillo y romántico encanto.

Eligiendo para febrero su flor, trémula flor de invierno, me quedo con la de ese rayo de amor entre la pareja, que nos dice que al menos todavía sentimos, amamos, y estamos vivos.

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