El clamor del campo

Que se sepa que está en riesgo su misión esencial, estratégica, de proveer de alimentos a la población

Aunque mi infancia fue urbana, quedó marcada por el trimestre de las vacaciones escolares. Cada año nos trasladábamos al pueblecito salmantino, casi en la frontera con Portugal, donde mis familiares cultivaban los ásperos secanos del Campo de Argañán. Aprendí mucho de aquellos campesinos, sabios para interpretar las señales del cielo, las nubes y el viento; austeros como necesidad para sobrevivir e incluso para llegar a ahorrar unas pesetas con las que poder ampliar en algunas fanegas las parcelas heredadas de sus mayores. Lo que para nosotros era una novedad en los quehaceres cotidianos, casi un juego, -trillar sobre los trillos de pedernal arrastrados por mulos que daban vueltas calmosamente sobre las parvas de cereal, recoger en el prado a las cabras que habían de suministrar la leche para el desayuno, cansarnos un rato accionando la bomba manual que regaba las patatas, arrebatar a las gallinas los huevos recién puestos...- para los tíos y primos era solo el aspecto amable de un trabajo duro, de sol a sol, que, año tras año, curtía sus rostros a la par que su carácter.

Ya adulto, mi profesión me llevó por otros campos hasta que el destino me condujo a los de Almería y Huelva. En ellos conocí otra forma de hacer agricultura, que revestía las tradiciones del buen cultivar con la más moderna tecnología, poniendo el espíritu innovador al servicio de la producción agraria, con respeto al medio ambiente y con la conciencia clara de los aspectos sociales inherentes a su labor. Continué aprendiendo de excelentes profesionales y empresarios y quiero pensar que, desde la Caja Rural, también contribuí, siquiera mínimamente, al progreso de un sector agrario cada vez más preparado, eficiente y responsable. Al mismo tiempo asistía al proceso de vertebración del sector, a través de sus cooperativas y organizaciones agrarias.

En las últimas semanas, con unas y otras, a lo largo y ancho de la nación, el campo ha dejado oír su voz reclamando la atención, no solo de los políticos, sino de todos los ciudadanos. Quieren que se sepa que está en riesgo su misión esencial, estratégica, de proveer de alimentos a la población, su función de conservación del hábitat rural; que debe detenerse el avance de la España vacía... Lo que piden es un diálogo profundo y fructífero en el marco de la Unión Europea para hallar las soluciones a sus problemas que -no lo olvidemos- son los nuestros.

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