La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
LA sorprendente encíclica del papa Francisco sobre el cambio climático y el calentamiento global ha sido objeto una enorme atención por su sonora declaración de que el cambio climático supone un peligro real y actual, y que está causado principalmente por la actividad humana.
Sin embargo, en 1971, cuando ni en la sociedad ni en los medios se hablaba de cambio climático, Pablo VI ya se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis que es una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano. Según sus palabras, debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el ser humano corre el riesgo de destruirla y de ser víctima de esta degradación. También advirtió de una catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial, subrayando la urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad, porque los "progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre"
En definitiva, no es la primera vez que la Iglesia se refiere a este asunto, aunque hay que hacer notar que, esta vez, lo ha hecho en un tono de voz mucho más alto.
Lo que llama la atención es que la Iglesia, que maneja los "tiempos" de forma muy particular, haya movilizado ahora toda su influencia para concienciar al mundo de un fenómeno que el mismo Vaticano reconoce que se viene produciendo desde hace décadas.
¿Por qué ahora? La razón, según el Papa, es que "hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar."
Lo podemos traducir al lenguaje de los sociólogos del siglo XX: los individuos aumentan sus comportamientos egoístas en situaciones de escasez en la explotación de cualquier recurso natural o bien común, de forma que se involucran en fórmulas no cooperativas y aceleran la degradación del bien que se encuentra en riesgo. De acuerdo con esta premisa, quienes se apropian de esos recursos caen en juegos con una estrategia dominante: la no cooperación.
En otras palabras, el mundo se encuentra ante la disyuntiva de elegir ante dos modelos energéticos. Uno, el prevalente, construido sobre los combustibles fósiles, la generación centralizada, las fuentes de energía en manos de unos pocos. Otro, en construcción, en el que destacan las energías renovables, la generación distribuida, las redes inteligentes, la producción de energía en manos de muchos, en la que el mix energético dejaría, a medio plazo, de estar copado por las fuentes de energía más contaminantes.
No obstante, un nuevo modelo energético, una concepción diferente de la sociedad, supone una nueva forma de acercarse a ella, en la que los esfuerzos por buscar soluciones, no sólo a la crisis ambiental, sino al resto de problemas de desigualdad que arrastra, no sean "frustrados por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás".
Porque no podemos olvidar un hecho fundamental, este sistema energético está basado en la mayor de las subvenciones posibles: el medio ambiente. No sólo el cambio climático, sino la contaminación del aire, el agua, los residuos, la pobreza energética, la salud de los más débiles: ese es el precio de este sistema que financia a fondo perdido a los que contaminan, a los que usan el bien común en beneficio propio. Como dice la encíclica, "hoy, cualquiera cosa que sea frágil, como el medio ambiente ,queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta".
Obviamente ni la Iglesia ni la comunidad científica ni las empresas, ni siquiera la parte de la sociedad concienciada de la necesidad de ese cambio, desconocen que se trata de un cambio gradual, en el que habrá que aprovechar los males menores, las soluciones transitorias, las energías, como el gas, que puedan servir de evolución a lo que, indefectiblemente llegaremos, una sociedad y una economía descarbonizada.
Y, aunque Galileo se revuelva en su tumba, la Iglesia dice que ante el cambio climático, "la política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales". Parece que esta vez el Papa ha llegado antes.
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