Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
LAS olas, ya cesantes en su estrépito, en su secular monotonía, eran manos de agua que lo abrazaban. Muy cerca, un policía turco y una fotógrafa. Un niño de tres años en la orilla, donde suelen estar los niños de tres años por el atávico temor de sus progenitores a los traicioneros embates de la mar. Se le escapó de las manos a su padre, que ha quedado como única patria. Esa playa turca fue el Colliure de un niño sirio y machadiano que ha puesto en evidencia el enfermizo infantilismo de los mayores. Unos zapatitos, unos calcetines, unos pantalones. El atuendo varado de un príncipe yerto. A su edad todavía no sabía lo que era la muerte. La mundialización de la estupidez ha hecho añicos ese sueño del personaje de La flecha negra de Stevenson, que encuentra en su isla todo lo que necesita para sobrevivir.
¿Quién queda huérfano por la muerte de un niño? Da grima la sucesión de gestos de las plañideras, la zozobra de quienes han sido cogidos en fuera de juego. En las diatribas ideológicas por esta muerte en la playa se cruzan tantas acusaciones que parece que el pobre Aylan ha tenido un sinnúmero de muertes. No hay mayor vileza que acabar con la vida de un niño, la quintaesencia de esa vida truncada en vísperas de la vuelta al cole. Todos los niños de tres años que dejarán abuelas y guarderías son este infante sirio que entre estruendos de bombas y estampas destructivas estremecía en su quietud de sueño eterno en la misma orilla donde arriban sin aire las estrellas de mar. La canción de Serrat, de Algeciras a Estambul, se ha convertido en una sucesión de cementerios bajo la luna como los de Bernanos. Todas las olas son la misma ola y se han quedado con el aliento, con los besos, con las preguntas, con la fuerza ciclópea de ese gigante de Liliput que con sus ochenta centímetros ha puesto firmes a los gobernantes y habrá vuelto cabizbajos a los cobardes que obligaron a sus padres a abandonar la casa que nunca debieron dejar. El ángel exterminado por la insania vuela entre hipocampos mientras los políticos siguen encerrados como los invitados de El ángel exterminador de Buñuel.
Estas imágenes van a herir la sensibilidad del espectador, pero la pueden destruir por completo si seguimos viéndolas como espectadores. Se apagó tu risa, Alyan, y esto va en serio. Pero no jueguen en su nombre a echarse las culpas y busquen a los culpables.
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