La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
COINCIDENCIA general: el PSOE tiene que cambiar si no quiere languidecer. Hasta Dolores de Cospedal, ocultando sus más íntimos deseos, dice que España necesita que el PSOE se enderece. Pero para que el cambio sea a mejor los socialistas deberían resistir unas cuantas tentaciones. Tentaciones que, por serlo, se presentan como atractivas y cómodas.
Está la tentación de precipitarse. La urgencia de la renovación tiene el peligro del salto al vacío y la fuga hacia adelante: partir de cero, cortar por lo sano con la historia y romper con todo. Las prisas son malas consejeras, aunque tantas derrotas electorales y tan seguidas provoquen el desconcierto que induce a las soluciones drásticas y rápidas. Son las peores. Vísteme despacio, que tengo prisa, debería ser la máxima.
La tentación del personalismo. Que se vaya Rubalcaba. Como si Rubalcaba fuera el único heredero de Zapatero -cuando en realidad es el más valioso de los dos que pelearon por sucederle-, como si el zapaterismo no fuese una creación colectiva, como si sus políticas equivocadas (el proceso de paz y el caso De Juana Chaos, el Estatuto de Cataluña, la ignorancia de la crisis) no hubieran sido aclamadas por mayorías búlgaras en congresos, comités federales y resoluciones parlamentarias. Una variante muy golosa del personalismo es el juvenilismo: la idea descabellada de que renovar el Partido Socialista sólo pueden hacerlo los líderes que tengan menos de cuarenta años (y veinte de dedicación exclusiva a la política partidaria, sin otra profesión ni trayectoria vital).
La tentación de rehuir el centro sociológico y político. El socorrido cataplasma del viraje a la izquierda, mejor mientras más a la izquierda, hasta la empatía con los movimientos antisistema. Ya lo intentó Almunia en el año 2000, con los resultados conocidos. Con eso se pierde la centralidad que el PSOE necesita para ser alternativa. Es gratificante para la militancia, pero no hace ganar elecciones. La tentación del atajo para llegar al poder: aliarse con el nacionalismo disgregador para vencer a la derecha al precio de dejar de ser un partido nacional, único, con el mismo discurso en Málaga que en Barcelona o Murcia. Recuérdense los balances del tripartito catalán y el bipartito gallego.
El PSOE necesita una redefinición ideológica, política y orgánica, una adaptación a la sociedad española del siglo XXI (pero de verdad, porque de esto vienen hablando desde los años noventa del siglo XX: no han hecho nada), una respuesta propia a la crisis que no se limite a la consigna simplista. Y con carácter previo, antes que nada, vencer estas tentaciones que lo acechan como espejismos estupefacientes. Ojalá este proceso no lo lidere ningún dirigente que haga suya la ironía de Oscar Wilde al ser invitado a saludar en un teatro: "Puedo resistirlo todo, excepto la tentación".
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