Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Lo inteligente no es decidir qué rumbo debe tomar nuestro pensamiento o nuestras elecciones. Lo acertado debe ser disponer de ese pensamiento propio y poder expresarlo. Manifestar nuestras opiniones sobre problemas concretos es un derecho, un derecho fundamental. Nuestra misión no consiste, exclusivamente, en la elección de nuestros representantes, eso es banalidad, lo certero sería establecer unos sistemas de control e independencia de los partidos políticos.
Tuve un amigo que exponía cosas interesantes, incluso las escribía y las divulgaba. Mi amigo tenía la cabeza bien amueblada. Con el paso de los años fui comprobando como mi amigo se convertía en un simple divulgador de ideas preestablecidas, de ideas que limitaban mucho su propia libertad. En la actualidad ha dejado de manifestar cuestiones de interés y es, simplemente, uno más del montón. Cuando te embarcas en un navío que no representa tus propios ideales acabas ahogado.
"El modelo del conductor político no es el que tiene todo el poder en sí mismo, si no el que renuncia a él". Estas palabras son de Simone Weil (París, 1909 - Ashford, 1943), que escribió entre 1940 y 1943 un pequeño ensayo titulado Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, que fue publicado por primera vez en 1950. "Las instituciones que determinan el juego de la vida pública influyen siempre en un país sobre la totalidad del pensamiento a causa del prestigio del poder". Y también "Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de tal manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia".
Weil da tres razones para no afiliarse a un partido político: a) que incita a las pasiones colectivas; b) que despierta un deseo de aumento de poder ilimitado; c) que implica la adhesión a una doctrina sin lugar a la duda. En las sociedades democráticas actuales la supresión de los partidos políticos es algo sumamente utópico. Llevarlo a cabo supondría un regreso al totalitarismo, un idealismo platónico confundido muchas veces con un cierto anarquismo romántico. Ustedes pueden sacar sus propias conclusiones, como ya lo hizo Rousseau. Pero lo que es cierto es que los partidos políticos y sus representantes (que son los representantes de los ciudadanos) deben estar controlados, vigilados, por un establecimiento ajeno completamente a los propios partidos políticos. Esta sería la primera medida. La segunda es la independencia absoluta del poder judicial. Y reitero la palabra absoluta.
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