Hoy, casi en la recta final del primer cuarto de siglo, cuando la economía española despunta de una crisis global, cuando un gran número de españoles habla (por fin) un segundo e incluso un tercer idioma, cuando las grandes empresas son conocidas en el extranjero y las manifestaciones culturales admiradas en Europa, resulta que en España, a la que ya se le atiende y valora en la Unión Europea, las noticias rosas no solamente se tratan con un barniz de economía política, sino mucho peor, se emiten con juicios éticos. Se repiten los procesos: cuando una noticia frívola monopoliza los medios de comunicación, lo superficial se vende como profundo y lo pueril se tiñe de teoría filosófica o económica es que se ha perdido la perspectiva de las cosas o algo se pretende.

A estas alturas de la semana, podría apostarse que no queda persona alguna en este país que no sepa que Pablo Iglesias y su pareja, Irene Montero, se han comprado un chalé en las afueras de Madrid. Posiblemente, ningún español (sea o no independentista) desconozca lo que deberán pagar mensualmente por su hipoteca ni la entidad bancaria que se lo ha conseguido. Una extraña indignación colectiva se ha adueñado de los medios de comunicación, que rápidamente se la han traspasado al personal. Pero… ¿De verdad es tan trascendental la vida de Iglesias para que la gente se encolerice de esta manera? Debe ser el descubrimiento de que España "ya no es lo que era". Debe ser porque de toda la vida de Dios, estas acciones son propias de quienes visten traje y corbata y no un raído pantalón vaquero. Parece como si siguiese vigente el que cada clase social tiene unos determinados privilegios y derechos y que éstos, no corresponden a los podemitas.

Hace años, emitió TVE la serie Ya semos europeos en la que la compañía de Boadella, Els Joglars, parodiaba las singularidades de los españoles ante la modernización, lo hacía de manera irreverente y con grandes dosis de ironía. Un episodio, que circula aún por las redes, condena el poder con el que se ven los españoles con uniforme. Y la historia continúa porque parece inevitable el juzgar a las personas y etiquetarlas. Parece ineludible el prejuicio. Más que indignación produce tristeza comprobar que, en este país, los que más presumen de posmodernos son los mayores clasistas. Y digo yo, esto de que los medios nos empachen con la vida cotidiana de los políticos ¿No serán cortinas de humo que impidan ver lo que verdaderamente nos afecta?

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