Hoy es el día en que el Parlamento español investirá un Gobierno de coalición del Partido Socialista y de Podemos. Queda un sabor agridulce porque el Gobierno de España dejará su carácter de provisionalidad (es la parte dulce), junto a la acritud del debate, que en sus formas, en general, ha sido lamentable. Vayamos por partes. El discurso inicial del candidato, en mi opinión, estuvo hábilmente construido en torno a dos ejes: un programa socialdemócrata avanzado, con algunos guiños que eran concesiones a sus socios de gobierno; y la cuestión catalana, en la que la palabra talismán ha sido "diálogo". Tuve la impresión de que Pedro Sánchez se mostraba dispuesto a ser el presidente de todos los españoles. Esta esperanza se desvaneció rápidamente con la intervención, muy dura, del presidente del Partido Popular y la consiguiente réplica de Sánchez, que entraba al trapo y sustituía el tono institucional por el mitinero. Este se impondría en el resto de las sesiones y, a pesar de que se produjeron manifestaciones correctas en la forma, predominaron las contaminadas de agresividad.

Abundaron las referencias a la hemeroteca con buenas dosis de demagogia por parte de los dos bloques, pues a la diligencia en recordar las contradicciones, incongruencias y deslices de los adversarios, no acompañó nunca dosis alguna de autocrítica. Todo lo cual desde luego no contribuye a mejorar la opinión que los ciudadanos tienen de los políticos. En cuanto a los contenidos del programa de gobierno propuesto, se parece bastante a una carta a los Reyes Magos: en la nueva legislatura, todos los sectores serán beneficiados, se incrementará el bienestar y disminuirán las desigualdades. Pero no hay que olvidar que, a veces, la contestación a la carta llega con grandes rebajas por causas fundamentalmente económicas.

Por otra parte, hay que dar una oportunidad a un diálogo que se va a mover en el filo de la navaja. Yo no me rasgo las vestiduras porque se constituya una mesa de diálogo en la que se puedan presentar todo tipo de propuestas. Quiero creer que el PSOE las escuchará, pero no consentirá el traspaso de las líneas rojas que marca la Constitución. Esquerra, aunque no consiga su objetivo estrella, el referéndum de autodeterminación, se conformará con los réditos por la hegemonía en el nacionalismo y el gobierno de Cataluña. A todo esto, otras recetas no han curado la convivencia enferma.

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