Cuando los condenados por delitos de sangre de las listas de Bildu renunciaron a ser elegidos, muchos pensamos que a la ultraderecha, y a quienes desean ocupar su espacio, le habían hundido la campaña. Gran error: no hay que menospreciar su enorme capacidad de estirar el tema y usarlo como comodín contra el gobierno. Quizás no sea la mejor estrategia para unas elecciones como estas, en las que debería faltar tiempo para plantear propuestas concretas que ayuden a mejorar la vida de la gente. Pero, cálculos electorales aparte, lo indignante es que sigan aprovechándose de las víctimas. Avergüenza, remueve oír a ciertos líderes que escupen rechazo y destilan venganza, y desde una pretendida actitud de protección, desunen y echan sal en la herida. Heridas que para ser sanadas precisan de otras actitudes y otros modelos de convivencia.

Hace 12 años que ETA no existe, pero el dolor, tan presente y tan vivo, sí sigue existiendo. Lo que al final importa no es la cobarde utilización política, sino el fondo moral de este asunto. La concurrencia a unas elecciones libres de personas que en el pasado abrazaron la lucha armada es en sí misma una victoria de la democracia, pero por sí sola no basta, ni siembra paz. Para dejar atrás la crueldad y la infamia hay que reconocer la injusticia del daño causado a las víctimas. Y tener paciencia: los procesos de reparación necesitan tiempo, sensibilidad y mucha valentía.

La renuncia de los siete candidatos va en la línea del necesario respeto a esa memoria, de la indispensable restauración. Y mientras se le exige a la izquierda arbetxale (con razón) más contundencia, no dejemos de reconocer los gestos que revelan movimiento, que acercan posturas. Porque para caminar hacia la reconciliación tendremos que movernos todos, y hay discursos en lo que lo único que se mueve es la rabia. Sorprende que esa rabia no provenga de las personas a las que se dañó injustamente, sino de quienes pretenden utilizarlas.

Aún está pendiente un debate nacional sobre el fin del terrorismo y sus consecuencias. Es una cuestión sensible y debe tratarse con respeto, escuchando y no imponiendo, acompasando los ritmos. De modo que, señores de la ultraderecha y quienes desean ocupar su espacio, hay muchísimos argumentos para debatir, dejen por favor de exacerbar el dolor. Y dejemos todos también que los vascos decidan lo que hacen con sus votos, que tienen el mismo valor que el del resto de los españoles. Qué coincidencia: de esto iba la democracia.

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