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U tierra quel dicen Las Rocinas, e es llana, e es toda de sotos… los mejores sotos de correr cabo de una eglesia que dicen Santa María de las Rocinas”, escribía Alfonso XI en el Libro de la Montería. Es la primera mención de una ermita cuya erección se atribuye a su bisabuelo, Alfonso X El Sabio, fervoroso devoto de la Virgen María a quien dedicó sus Cantigas de Santa María, que pudo construirse entre 1270 y 1284 en lo que era Cazadero Real frecuentado por los monarcas de la época con sus cortejos de cetreros y ballesteros al galope, siguiendo a sus piezas de caza con sus rehalas de perros, sus agudos ladridos, llegando a la pequeña capilla para orar ante la imagen de la que sería Blanca Paloma y Patrona de Almonte. Recordemos al inolvidable Juan Infante Galán, prestigioso cronista rociero e historiador de esta arraigada devoción, que sitúa con todos los honores “en la hermosa corriente florida de la devoción marial europea del siglo XIII”.
Las referencias históricas se enriquecen con las investigaciones de los historiadores ahondando en los anales del tiempo, integrándose con nuestra experiencia personal de muchos años de retransmisiones radiofónicas en el fragor de una romería de la que narramos los intensos momentos estelares, su singularidad única y deslumbrante. El tiempo ha cimentado y engrandecido una celebración de impresionantes características religiosas y populares, de cuya evolución y progreso relatamos con rigor y el más fidedigno testimonio su grandeza y magnanimidad. Hoy el corazón de los almonteños, depositarios de tan secular tradición y los rocieros de los más lejanos lugares del mundo, está en esta tierra de promisión, cuando su Virgen, “aquel Sagrado Lirio”, según la leyenda de su hallazgo, está más cerca que nunca.
Lo escribí alguna vez: con el tiempo, los medios informativos son el mejor vehículo de divulgación de un fenómeno religioso y festivo, que por su fuerza cautivadora merece tan masiva difusión. No siempre esa misión divulgadora se ejerció favorablemente. El Rocío, con sus luces y sus sombras, ajenas éstas a su esencia fundamental y mística, provoca una luz tan deslumbrante, emanada de la propia imagen de la Virgen, suficiente para eclipsar cualquier otro aspecto mundano, anecdótico y superficial sobre una celebración de resonancia universal. Como afirmaban Michael D. Murphy y J. Carlos González Faraco en el prólogo del libro Rocío: Sal y sol de Andalucía, de Santiago Padilla,“no hay una sola perspectiva desde la cual no se haya escrito mucho o poco sobre la que, con alguna exageración pero con bastante fundamento también, muchos conocen como la mayor Romería del mundo”. En el ánimo divulgador de acercarse al fenómeno rociero recordemos el excelente trabajo Psicoanálisis del Rocío, del doctor Ernesto Feria Jaldón, abordándolo científica y analíticamente: “Y esto porque el Rocío es tanto un fenómeno sociológico como religioso y ambos son susceptibles de ser sometidos al análisis psicológico”.
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