Aesta mujer menuda y recia a veces la voz se le ahoga en lágrimas, como se ahogaron en otro mar, más inmenso y salado, Maïsa, Larios o Prince. Pensando en ellos, a los que no pudo salvar, y sintiendo el apoyo de los que pudieron ser rescatados gracias a su intervención, es como Helena Maleno fue esta semana a declarar nuevamente ante un juez de Tánger por un posible delito de tráfico de personas. Ella, que lleva años defendiendo los derechos humanos en plena frontera, ese lugar donde la ley se esfuma, es acusada de violarlos. Helena Maleno y su equipo de la ONG Caminando Fronteras se ponen en marcha cuando reciben un aviso sobre alguna embarcación en peligro, normalmente desde las propias pateras. Avisan a Salvamento Marítimo y realizan un seguimiento de los migrantes. Junto a la alegría de cada vida rescatada está el dolor por los que perecieron en el Estrecho. Maleno ayuda en el ingrato proceso de la identificación de muertos y desaparecidos, una labor tan necesaria para unos como incómoda para otros. Y aunque la causa que se abrió contra ella fue archivada en España hace meses, el Gobierno no lo ha comunicado aún a la justicia de Marruecos, país donde reside.

El silencio cómplice de las autoridades españolas ha levantado una ola inédita de solidaridad: manifiestos a los que se han vinculado cientos de organizaciones y colectivos y una campaña ejemplar, auspiciada por las ONG para el desarrollo, que consiguió en pocas horas más de veinte mil firmas. Maleno ha recibido premios y se ha convertido en un símbolo de la resistencia y de la defensa de los derechos de los más vulnerables, también de aquellos que no consiguieron llegar: números vacíos a quienes ella ayudó a poner nombre.

Esa es quizás la clave que marca la diferencia: jueces, Policía y Gobierno se mueven en el terreno de la apariencia, de las estadísticas, de las amenazas, como si los migrantes vinieran a arrebatarnos privilegios que no pensamos compartir. Maleno y quienes la apoyan ven personas donde otros miran titulares y estadísticas. Ven proyectos de vida, dignos de respeto. Por eso este caso, más que una parábola de la sinrazón, es una ventana a la esperanza. Porque sigue habiendo gente que vibra desde lo íntimo con el dolor de los otros y se moviliza, y mucha más gente que escucha esa música en su interior y se solidariza con la misma causa.

"Activista", nombran a Maleno los periódicos. Más bien deberían llamarla dignidad.

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