A paso gentil

antonio brea

Infante

Blas Infante no teorizó más allá de una Andalucía soberana, pero siempre integrada en una arquitectura estatal española

Leo en las páginas que tengo por delante que "Andalucía es el país más español de España" y que "Andalucía, no puede ni podrá ser jamás separatista de España. La razón es obvia: ella es, y será siempre, la esencia de España…". ¿Fragmentos quizás de discursos de Moreno y Marín, presidente y vicepresidente de la Junta?

Sigo avanzando en la lectura y me encuentro con frases como "Por esto es preciso que España no muera: por esto es necesario que el Cid vuelva a cabalgar…" o "En España, pues, sólo regiones, hay. Sólo regiones puede haber. A las regiones se presenta, inmediatamente, como fin, al cual deben ordenar sus energías, el fortalecimiento nacional…". ¿Palabras tal vez de alguno de los portavoces de un partido situado más a la derecha?

¡No! Se trata de textos tomados de Ideal Andaluz y La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía, los dos libros en los que desarrolló su pensamiento político Blas Infante Pérez de Vargas, que desde 1983 ostenta el título institucional de Padre de la Patria Andaluza.

Se acerca a su fin agosto y, como empieza a ser inevitable tradición, uno ha tenido que leer y escuchar, durante su transcurso, falsos tópicos en torno a la figura del notario malagueño. Tanto por parte de detractores que incurren en descalificaciones carentes de rigor histórico, como de admiradores exaltados que deforman su mensaje, para convertirlo en icono de un nacionalismo secesionista que jamás propugnó.

Porque, independientemente de los extractos arriba reproducidos, Blas Infante no teorizó más allá de una Andalucía, indiscutiblemente soberana, pero siempre integrada en una arquitectura estatal española. Una entidad utópica que por cierto comprendía territorios que exceden los de la actual comunidad autónoma, tales como los del Marruecos entonces colonial.

Para ser sincero, y pese a valorar su pasión por nuestra tierra e inquietud por los más desfavorecidos, en ningún momento de mi vida he sido seguidor de Infante. La islamofilia posromántica, la tendencia hacia un peculiar casticismo antieuropeo y la posición ideológica, heredera del republicanismo federalista del último tercio del siglo XIX, lo sitúan además en mis antípodas intelectuales. Pero sí le guardo un máximo respeto en su condición de víctima inocente de nuestra última contienda civil y hombre pacífico que defendió sus ideas, sin violencia contra nadie. Asesinado injustamente, como decenas de miles de compatriotas, por cualquiera de los bandos enfrentados entre 1936 y 1939.

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