HORARIOS Centros comerciales abiertos en Sevilla el 1 de mayo

¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Gente del bar Taquilla

Todo el mundo quería comentar, hablar de lo vivido, dejar claro que había estado allí, en el lugar del milagro

Imagen del bar Taquilla tomada en 2002.

Imagen del bar Taquilla tomada en 2002. / DS

EL taurino es gremio homérico. Gusta de narrar la épica de las tardes de gloria y recrearse en hazañas que con el paso del tiempo terminan convirtiéndose en leyendas. En su poema Del pasado efímero Antonio Machado recuerda a ese “hombre del casino provinciano/ que vio a Carancha recibir un día”, un tipo de la vieja estirpe que solo se animaba con las noticias de bandoleros, las timbas salvajes y al “evocar la tarde de un torero”. Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX una de las principales literaturas orales que se hicieron en España, junto a los romances de ciego, fueron las crónicas amateurs que los aficionados referían a las crédulas audiencias de las tabernas y cafés. El taurino, como el pescador, el cazador o el golfista tiende a la hipérbole y, por tanto, es buen embaucador de públicos deseosos de historias extremas. Y el español siempre lo fue.

Es casi un milagro que quede aún en Sevilla un bar como el Taquilla, uno de esos santuarios a los que los aficionados acuden después de la corrida para, si procede, tomarse unas copas y comentar la tarde. Digamos que el bar Taquilla es a los aficionados sevillanos a la tauromaquia lo que el parisino Café de Flore fue a los existencialistas. Quizás por eso no es raro encontrarse en este local de la calle Adriano con corrillos en los que se habla como idioma oficial el francés, la lengua del pueblo que, según Alberto González Troyano, es la esperanza de la tauromaquia.

El pasado lunes, como era de esperar, hubo ambientazo en el Taquilla. La razón no era otra que la extraordinaria faena que Juan Ortega le hizo a su segundo toro en la Maestranza. El día en que el de Triana “detuvo los relojes”, como contó magistralmente en estas páginas Luis Carlos Peris. Todo el mundo quería comentar, hablar de lo vivido, dejar claro que había estado allí, en el lugar del milagro, y para eso no hay mejor lugar que el bar Taquilla. Allí estaba gran parte de la Sevilla taruina: periodistas, catedráticos, editores, profesoras antimorantitas, diplomáticos... todos copa en mano y el semblante feliz. En estos tiempos tan cenizos es un alivio encontrar islas de felicidad como la del Taquilla, con público con los ánimos exaltados por la certeza de haber presenciado algo histórico, único e irrepetible.

Es el bar Taquilla un asombro en esta Sevilla turistificada, un sitio que sigue guardando una autenticidad de paisaje y paisanaje que nunca debería perder. Van quedando pocos refugios como este en los que el ambiente no sea de cartón piedra.

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