La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
TERMINARON los carnavales, al menos de manera oficial, ya que las prolongaciones por estas latitudes duran hasta que asoman los primeros pasos de la Semana Santa. Esta transgresión del calendario puede resultar irreverente, pero al fin y al cabo ¿qué es más propio del Carnaval que la propia irreverencia?
Pero no van estas líneas a glosar las duraciones del alegre y pícaro Carnaval, ni a entrar en las consideraciones penitenciales del tiempo de Cuaresma. Hay en Huelva verdaderos expertos en uno y otro asunto, y no han escaseado, ni faltarán, páginas que ilustren al lector sobre las disipadas jornadas aún en tránsito y los recogidas y ceremoniosas que se avecinan.
Los días de ceniza a que me refiero vienen marcados por otros acontecimientos. Por un lado, las revueltas del mundo árabe y la resistencia temida y sangrienta del líder libio Gadhafi, sobre cuya debilidad y caída se había especulado con tanta ingenuidad como ignorancia. El efecto dominó de Túnez y Egipto se ha represado y, como tantas veces, las ilusiones se adelantaron demasiado a la realidad.
Y un nuevo desastre natural se ha desatado de improviso sobre la humanidad. Se sacudió el mar, tembló la tierra y se volvió a demostrar la impotencia del hombre para prevenir y anticiparse a este tipo de hecatombes. Ni siquiera cuando le toca a un país desarrollado como es Japón. La furia de la naturaleza desatada dejará miles de muertos… y la situación empeora con el peligro que ocasiona la central nuclear gravemente dañada. Aquí, el hombre ha resultado ser un cómplice de la naturaleza dañina, sumando desastre al desastre, calamidad a la calamidad. Las ventajas de las centrales nucleares quedan así en entredicho y situadas en el centro de un debate que se espera largo y, como es lógico, encendido.
A la memoria me llega en estos días el recuerdo de aquella excelente película de Robert Aldrich titulada El beso mortal. En esa obra de 1955, encuadrada en lo que generalmente se denomina cine negro, el detective Mike Hammer (creación literaria del novelista M. Spyllane), presumido y egoísta, busca con denodado interés un valioso cofre que también persiguen otros personajes del film, entre ellos un grupo de gángsteres. La trama se va sembrando de asesinatos y cadáveres, mientras Aldrich describe sin tapujos la corrupción de la materialista sociedad americana con la expresiva estética de este tipo de cine. Finalmente el cofre es encontrado y al ser abierto, en una terrible y premonitoria escena final, aparece un artefacto nuclear cuya potente llamarada al escaparse (el beso mortal) provocará un holocausto cuyo alcance no se define. La caja de Pandora acabó desatando sus males sobre el mundo.
Así pues: sangrienta incertidumbre en las revoluciones árabes, desolación causada por la indomable (e imprevisible) naturaleza en Japón, y el peligro nuclear planteado nuevamente en su cruda realidad. Verdaderamente son días de ceniza.
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