Andrés, parado de 54 años, dos años y medio entregando currículums. Ana, que no terminó la EGB porque su madre la puso a trabajar y ha dejado ahora la escuela de adultos para limpiar portales. Alexandra, que no tiene contrato de trabajo porque no tiene permiso de residencia, y viceversa. Alberto, con un expediente de desahucio sobre su cabeza y la de su familia. Juan, de baja hace cuatro meses y en lista de espera, a ver si lo operan. Amina, que ha decidido ponerse el yihab al cumplir los 16 años y empieza a tener problemas en el instituto… Nombres, vidas, expectativas, amenazas. Y derechos.

No son historias lejanas, sino de aquí mismo. Son la letra pequeña y doliente de los largos informes sobre derechos humanos en nuestro país, que arrojan un incumplimiento flagrante. Demasiadas asignaturas suspensas: leyes mordaza, expulsiones en caliente, racismo policial, desigualdad de género, violencia machista… suma y sigue. A veces parece que esos comités de la ONU y esas denuncias de las ONG no sirven para nada. Pero imaginen que no se alzara la voz para mostrar los abusos. Imaginen vivir más allá de nuestras fronteras, allí donde los derechos no solo se incumplen, sino que ni se legislan. Vivir en territorios donde los mismos gobiernos europeos que firman pactos internacionales, luego externalizan problemas -como ha pasado con los refugiados- o hacen caja con la venta de armas.

Además de la denuncia, la propuesta: la Declaración Universal que acaba de cumplir 68 años no es un horizonte estático, sino en construcción, una promesa inconclusa de progreso y dignidad. En los últimos años han cobrado fuerza los llamados derechos emergentes, como la Renta Básica, la movilidad universal, la seguridad vital… Algunos son nuevos, derechos no reconocidos hasta ahora jurídicamente; otros están contemplados, pero sumergidos, y se hace necesaria una evolución de la sociedad para que se reconozcan y sea necesario desarrollarlos. Una prueba más de lo que aún queda por hacer en este terreno.

Las cartas de derechos de cualquier colectivo de ciudadanos o usuarios suelen tener una segunda parte de "deberes". En los Derechos Humanos, los deberes van más allá del comportamiento individual, precisan un compromiso colectivo para desenmascarar esos mecanismos sociales por los que la discriminación, la desigualdad o los abusos llegan a parecer naturales. Aquí no es ya cuestión de elegir, sino de ser. Lo que verdaderamente somos: seres humanos, iguales en dignidad y derechos.

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