En Barcelona

Una Barcelona con menos esteladas en los balcones, ojalá porque esté en declive el fervor independentista

He viajado a Barcelona para visitar a Antonio Gálvez con dos motivos. El primero, el interés por su delicada salud tras un prolongado periodo de aislamiento, que para él y Geneviève ha sido casi total. El segundo, hablar de la organización para 2022 de una nueva exposición de sus fotografías o, mejor dicho, de las inquietantes obras que tienen como base la fotografía pero que se enriquecen con el tratamiento magistral que hace de ellas piezas únicas, descarnado reflejo de la sociedad desde su mirada penetrante y crítica. Después de la colección dedicada a su viaje circular en torno a Buñuel y de la impresionante galería de retratos Mis amigos los cabezones (Mes amis les grosses têtes), coproducida por el Instituto Cervantes y el OCIb de Huelva, que pudo verse también, conducida por el primero, en varios países de Europa y América, el objetivo está puesto en La locura de este mundo, que sería la culminación de una trilogía esencial en la creación de Gálvez y para el arte fotográfico de la segunda mitad del siglo XX. Además del proyecto de exhibición en Andalucía, sería bueno que la obra del fotógrafo catalán pudiera ser mejor conocida y admirada por sus paisanos en su propia ciudad.

Un paseo por los alrededores de la Rambla de Barcelona siempre puede deparar momentos gratos. Por ejemplo, la visita a las exposiciones de La Virreina, la Filmoteca o La Capella. Como anécdota más personal, el encuentro de un pequeño puesto de libros de ocasión en El Raval, que me llamó la atención por la cuidada selección de títulos y, más aún, después de la charla con Mario Pérez Ruiz, el propietario que, en pocos minutos, me dio a conocer su singular biografía, que comenzó hace sesenta años en Montevideo en el seno de una familia catalana exiliada. Periodista, gastrónomo, escritor de teatro, ensayo, poesía y narrativa, con una veintena de libros, me regaló uno de relatos ilustrado por su esposa. Me llevé además otra media docena, entre ellos dos de José Antonio Marina, uno de Benjamín Black -seudónimo del Premio Príncipe de Asturias John Banville- y una preciosa edición de Lunwerg con fotos de Tony Catany inspiradas en Tirant lo Blanc.

Lo anterior no es poco para una jornada en una Barcelona con bastantes menos esteladas en los balcones, no sé si porque sus partidarios han decidido preservarlas de la intemperie o porque -¡ojalá!- esté en declive el fervor independentista.

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