El parqué
Índices limitados
Cuando se leen libros de historia del rugby, en todos, indistintamente, se habla de la melé como hecho diferencial de este deporte. Desde la original libertad a la hora de disponer a los delanteros en las diferentes líneas -el hemisferio norte terminó imponiendo su norma- hasta las actuales, esta suerte se ha ido regulando desde World Rugby hasta casi convertirla en algo anecdótico. Mal. Pero en este último Mundial de Japón, algunos equipos han salido a su rescate reivindicando la importancia de trabajarla con esmero, precisión y cariño. Y han tenido éxito. Dos ejemplos. Los galeses, en su semifinal ante Sudáfrica, consiguieron un golpe de castigo cerca de la línea de ensayo después de llevarse durante varias fases enredados en la viscosa defensa Bokke. El capitán de los dragones despreció la posibilidad de conseguir tres puntos y retó a los sudafricanos en una melé. Concentró a la delantera verde, condimento que da densidad a la defensa, y se la jugó con los de atrás. Ensayo. La melé como el bosón de Higgs. Aun así fueron los africanos los que pasaron a la final. Y allí esperaba la Inglaterra más moderna de todos los tiempos. Esa que venía de eliminar a los All Blacks laminándolos en la final. Una Inglaterra a la que le gusta jugar de pie. El procedimiento de los Springboks fue sencillo: presión para buscar el fallo a la mano, melé en campo inglés, empuje y precisión, y golpe de castigo. Tres puntos. La lesión de Kyle Sinckler, el pilar de referencia en la primera línea del XV de la Rosa lo hizo todo más fácil. "Las palabras no pueden hacer justicia sobre cómo me siento ahora mismo" decía el jugador entre lágrimas. La final se jugó en su zona de influencia, y él no estuvo allí con la caja de herramientas. Erasmus hizo que sus chicos aplicasen el procedimiento a los de Jones, y se llevó la copa Webb Ellis del Mundial más moderno ganando con una masterclass táctica y rescatando a la vieja melé.
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